1 de noviembre. Media humanidad, o quizás más, celebra hoy
la fiesta de Halloween. Quizás sin saber muy bien qué celebra, o qué sentido
tiene esta efeméride tan folclórica y a la vez comercial. Si dejamos aparte las
calabazas y los disfraces, las películas de miedo, las máscaras terroríficas y
las velas entre telarañas sintéticas, atisbamos en el Halloween un significado
más trascendental. Ya sea el sentido cristiano de Todos los Santos (que es lo
que significa precisamente la palabra Halloween,
en inglés), o la evocación pagana del céltico Samhain, esta es la fiesta de la
vida latente, de la muerte que no es un final, sino el preludio de un nuevo
comienzo, el umbral de otra vida que se abre camino en la oscuridad.
Halloween es la fiesta del medio otoño, cuando los días
decrecen y la naturaleza ―al menos en el hemisferio norte― declina y las hojas
caen. Inaugura un mes de difuntos y de recuerdos, un mes de recogerse en casa y
acurrucarse bajo una manta, en el sofá o en la cama, mientras el viento y la
lluvia caen y los vientos anuncian la llegada del invierno. Sí, noviembre es el
mes del Winter is coming. Un buen mes
para empezar a meditar. Un buen mes, por qué no, para empezar otra novela.
El otro día pregunté a un grupo de niños qué creían que
significaba esta fiesta. ¡La muerte!, exclamaron varios de ellos, sin vacilar.
El miedo, dijo algún otro, con la boca pequeña. Muerte y miedo. Nos asustan
tanto… ¡pero nos atraen tanto! La literatura y el arte nos hablan de la
fascinación vertiginosa que la muerte ejerce sobre el ser humano. Quizás porque
es un límite, una frontera hacia lo desconocido. Y toda frontera siempre ha
sido un territorio de nadie y de todos, una patria sin nombre que a todos
fascina y a la vez intimida.
Muerte, miedo, fantasmas. Muertos que viven, o que jamás
murieron del todo. Los niños son tan amantes como los adultos de los relatos de
miedo. Yo también lo fui, aunque me aterraban. Mi padre nos explicaba que, en
esta época del año, mi abuela y otras mujeres del pueblo contaban al amor de la
cocina cuentos de ánimas y aparecidos, con tal viveza y detalle, que a todos se
les ponía la piel de gallina. ¡Después, qué difícil era salir de la confortable
cocina y aventurarse por los pasillos, gélidos y oscuros, para ir a dormir!
Pegar ojo, tras escuchar esos relatos, era tarea poco menos que imposible.
Mi primer cuento, o al menos el primero que recuerdo haber
escrito, con siete años, fue un cuento de fantasmas. Mejor dicho, de un
fantasma… y una princesa. Lo conservo, como pequeño tesoro, en un archivador, y
me he permitido escanearlo y comentarlo. En los enlaces de abajo podréis verlo.
Lo «publiqué» en hojas de libreta blancas (hoy ya no lo son) y en formato cómic,
como podréis ver. Con «intermedio para la publicidad» incluido, en el que me
recreé con mis diseños de vestidos de bailes y fiestas. La moda y la belleza me
gustaban tanto como la lectura, en aquel entonces.
La princesa y el fantasma. ¿Un fantasma aterrador que
secuestra a una princesa indefensa? ¡No! Al revés: un fantasma que intenta
asustar a todo el personal del castillo, pero que se topa con una princesa rebelde
que no sólo lo persigue, sino que… ¡lo salva! Lo salva y lo devuelve a su forma
humana original, perdida por obra y arte de un malvado brujo. El final del
cuento se extravió, pero lo recuerdo bien porque lo dibujé, y esta vez sí que
caí en el tópico del final en boda. «Y comieron perdices y fueron felices».
¿Reminiscencias de los mitos antiguos, donde la diosa Ishtar
desciende a los infiernos para rescatar a su amado? A mis siete años jamás había
oído estas leyendas. Pero quizás el inconsciente colectivo se agitó a través
del subsuelo de la literatura universal… y alcanzó la imaginación de una colegiala
de siete años que empezaba a inventar sus propios cuentos.
Lo comparto. Espero, al menos, arrancaros una sonrisa ante
la ingenuidad del relato, la minuciosidad de algunos dibujos y las faltas de
ortografía recurrentes, como ese… «¿As oído?», ante el «majestuoso» grito que resuena sobre el lago.
Aquí el inicio: un comienzo perfecto in media res con planteamiento y nudo... Observen la reacción de la criada que sale corriendo, y el detalle del príncipe (a la izquierda, con un hermanito bebé en brazos).
Vean el detalle de las flores y las ventanas... ¡Un castillo muy hogareño! Y el curioso emblema que el fantasma exhibe colgado a la espalda, con toda pompa.
La princesa se desvela... ¿quién será que está a la puerta?
Recorre el palacio en camisón, vela en mano. ¿Será el fantasma?
Lo busca y no lo encuentra. Se acerca al lago... entre las aguas asoma.
Siempre hay un aguafiestas. ¿quién duerme con la princesa, en su misma cama y habitación? ¡El hermano antipático! No, no piensen mal... Para mí, en aquellos tiempos, compartir cama con un hermano (o hermana) era lo más normal del mundo, cuando dormíamos en la casa de mis abuelos. Miren el detalle de las dos mesitas de noche.
El hermano va en busca de su hermana cazafantasmas...
¡Qué broncón! Justo cuando ella iba a lanzarse al agua...
Sin comentarios.
¡Y no lo vuelvas a hacer!
¡Pausa para la publicidad! Aquí, modelos de baile cortos...
¡Y los largos de gala!
Continúa el relato. ¡Acusica Barrabás, al infierno irás!
(Y hablando de infiernos y diablos, ¿han reparado en el personaje que asoma en el reverso de la hoja? ¿Saben quién es?)
La reina, muy justa ella, quiere comprobar la culpabilidad de su hija. Obsérvese el cuadro exótico: como una fumadora de opio, la princesa hace burbujas de jabón en una especie de palio oriental... ¿De dónde sacaría esa idea?
Conversación trascendental entre madre e hija. Yo sólo quería hacer el bien...
Segunda noche. La princesa piensa salirse con la suya. Haré el bien descubriendo al "fantasmito".
¡Segundo intento!
Llega al lago y...
Avanzando por el mundo subacuático.
«Aquel majestuoso grito despertó al castillo entero...»
También los prisioneros, en su mazmorra, lo oyen. ¿Parecen salidos de una sesión de bellydance?
Son cautivos moros...
La reina está desolada. ¡Su hija ha desaparecido! De poco sirven los tibios consuelos del rey y la criada.
Una esclava mora se ofrece a ir a buscar a la princesa. El rey se muestra muy tolerante: ¡le da tres oportunidades! Si falla... le cortará la cabeza. Véase el detalle de la criada barriendo, dulcemente sumida en su quehacer.
La esclava sabe dónde buscar. ¡Se lanza directa al lago! Las babuchas salen volando...
Y avanza en las profundidades acuáticas... Esto fue un hilo argumental inesperado que se rompe aquí. ¡Un agujero en la trama! La prisionera que quiere salvar a su ama...¿Qué historia hubiera nacido de haberlo seguido?
¡La princesa se enfrenta al fantasma! ¿Voy a permitir que asustes a los míos?
He aquí que el fantasma salió literato.
¿Podéis leer su misiva, siguiendo el orden (1) y (2)?
¡Reencuentro feliz!
...
The End
Si habéis llegado hasta aquí, en esta entrada inusualmente larga y cargada de imágenes, habréis visto uno de mis primeros relatos inventados. De aquí surge mi vocación literaria, aunque, como el río Guadiana, discurrió por cauces ocultos y subterráneos durante décadas, hasta resurgir,
cierta noche de agosto del año 2004... Pero esa es otra historia.