Estoy
leyendo la novela más difícil que jamás he leído. Y, a la vez, quizás una de
las más hermosas… Difícil como una escalada de alto riesgo, envuelta en la
belleza de una prosa poética deslumbrante. No puedo leer más que unas pocas
páginas cada día, y a menudo vuelvo sobre los párrafos ya leídos, repasando,
saboreando, descubriendo sentidos que no capté en una primera lectura. Lo
confieso. No estoy segura de entenderlo todo, no estoy segura de comprender lo
que el autor —o sus personajes— quieren decir… Pero intento, al menos, sentir lo que leo, tocarlo, olerlo y
respirarlo. Porque, aunque el texto pida un esfuerzo mental, las imágenes que
lo envuelven llaman a los cinco sentidos. Filosofía envuelta en sensualidad,
pensamiento sumergido en poesía, un debate que gira entre velos de lirismo…
¿Cómo definir esta novela indescriptible?
Dicen que La muerte de
Virgilio es una reflexión sobre la finalidad del arte, sobre la misión del
poeta, sobre el sentido de la obra literaria. Hermann Broch la escribió en
¡cinco semanas!, mientras estuvo en la cárcel, detenido por la Gestapo, antes
de exiliarse de su Alemania natal a los Estados Unidos. ¿Qué tendrán las
prisiones, que no sólo no cortan las alas, sino que inspiran a los genios? También
san Juan de la Cruz escribió sus versos más encendidos estando encarcelado… Los
barrotes que clausuran el cuerpo no pueden aprisionar el alma.
¿Para
qué sirve el arte? ¿Es un reflejo de la realidad, o un camino de conocimiento
de la verdad? ¿Qué son verdad y realidad? ¿Existe la belleza, o no es más que simple ebriedad con huecas formas?
¿Tiene sentido el arte por el arte, o cuando
la belleza se pone en primer plano como fin en sí misma el arte es atacado en
sus raíces? ¿Aspira el poeta a la inmortalidad, o la gloria es la meta de
los malos poetas? ¿Es el deber del artista la
revelación de lo divino por el saber acerca del alma propia?
Virgilio
está a punto de morir. En el cenit de su fama, descubre con horror que su gran
obra, casi acabada, la épica que debe encarnar el espíritu romano, la Eneida, debe ser quemada. Ni las
protestas de sus amigos, ni los argumentos de Augusto, en un diálogo que es un
auténtico pugilato dialéctico, logran convencerlo ni liberarlo de su angustia. La
memoria de su pasado, el recuerdo de un amor y la proximidad de la muerte lo
acosan y le permiten contemplar con lucidez su trayectoria y sus esfuerzos
vanos por capturar la vida dentro de sus versos. Entre la inconsciencia del
sueño y la clarividencia del día Virgilio intenta comprenderse y hacerse
comprender.
…en la respiración de la oscuridad, en la respiración de la noche, y todo, lo sin destino como lo cargado de él, lo terreno y lo humano, había entrado en él, había entrado en su obra, era también su destino, tanto que todo esto, aunque no escrito, aunque nunca sería poetizado, recibió otorgada la promesa de lo imperecedero, la promesa de infinita tradición en un infinitamente transmitido amor, presente de pura ternura por siempre jamás, escuchando lleno de lágrimas la noche que se iba…
…era el mar, era la realidad tritonianamente inmensa del mar, y la obra…, se agitaba en la oscuridad y en el velo de luz… se agitaba en las estrellas empalidecidas, no, aún más, aún más; llenas de la voz escuchaban las aguas, escuchaban los mares, las estrellas, escuchaba la oscuridad y todo lo humano, tanto lo durmiente como lo que despertaba, escuchaban todos los mundos, se escuchaban a sí mismos en todo lo que los llenaba. Lo natural se adaptaba a lo natural y en ello había amor. ¿Había un mal aún?...
Para
aquellos que escribimos, torturados entre la pasión que nos empuja y las dudas
sobre la valía y el sentido de nuestras letras, Virgilio alimenta la inquietud,
sin atenuantes: «La belleza no puede vivir sin aplauso; la verdad se cierra al
aplauso»; «¡Quien equipara la verdad con la belleza eterna, elimina la
intemporalidad viva, la salvación y la gracia de la voz!»; «todo lo que ocurre
por la mera belleza debe sin embargo seguir presa de la hueca nada». «¿Es
nuestra la obra, la que cumplimos inclinados sobre la tierra y debemos cumplir
humildemente, ya un escudriñar de la profundidad?, ¿es ya aquel esfuerzo en
acecho decidido a encontrar la imagen superior?, ¿alcanzamos con nuestro
trabajo aquella profundidad, la más infinita, que yace profundamente bajo todo
lo inframundanal y al mismo tiempo es la del más alto cielo?»
¿Es
nuestra la obra, o es de todos? ¿Servimos al mundo ofreciendo nuestra obra, o
servimos a la insegura vanidad del
artista que se oculta tras nuestras letras? ¿La poesía es lenguaje, y el lenguaje es conocimiento?
Y entonces se levantó el viento meridiano, el hálito del beso fervoroso de la vida; llegaba rozando apenas perceptible desde el sur, oleaje de lento movimiento, el mar del aliento del mundo que desborda cada día sus orillas, el hálito de los tiempos cumpliéndose, nunca cumplidos, sobre los cuales pasa el astro: soplo de tierra que madura, soplo del olivo, de la vid y de los campos de trigo, soplo del cuidado y la simplicidad, soplo de los establos y de la fruta estrujada, soplo de la comunidad y de la paz, soplo de tierras y más tierras, de campos y más campos, soplo del trabajo que sirve con amor, soplo del mediodía; oh plenitud del mediodía, la más santa, descansando sobre el mundo y los mundos…
Vida
y muerte, conocer y sentir, espacio y tiempo, voz y belleza, sentido y vacío…
El autor, llevado de la mano de Virgilio, recorre un laberinto por su cielo y
su infierno particular, por el mar, la tierra, el aire y el fuego que se agitan
en su universo, entre los versos y la cruda realidad de un imperio forjado con
la fuerza de las armas. Se desata una danza entre la pluma y la espada, entre el
arte y la guerra.
¿Recomiendo
leer esta novela? No lo sé. Aún no la he terminado. Es arduo trabajo, ¿puede el
deleite convertirse en tarea? ¿Puede la belleza de las letras transformarse en
arma afilada que penetra y desasosiega? Leer La muerte de Virgilio se convierte en doloroso placer. Este libro
no puede «devorarse». No se deja leer en dos días, ni en dos meses. Pide
tiempo, pide espacio. Pide asimilación. Broch hace suya la angustia de
Virgilio… ¿La sentiría así, alguna vez, el viejo poeta romano? Tal vez sí. Tal
vez en este libro Broch está retratando, con maestría de poeta y hondura
despiadada, el vértigo que se apodera de todos los que escribimos, de todos los
que queremos traducir en belleza una realidad que apenas comprendemos y que nos
sobrepasa a nosotros mismos. ¡Qué atrevida es la ignorancia!
Nota: Las citas están sacadas de la novela de Hermann Broch, La muerte de Virgilio, publicada por
Alianza Editorial.
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