El poder de la palabra

En la foto, parte de mis libros, ya instalados en la estantería nueva. ¡Qué alegría!

Y hoy plasmo aquí otro pensamiento sobre el poder de la palabra. Es de San Agustín:
«Cuando pienso lo que voy a decir, la palabra ya existe en mi corazón. Pero si quiero hablar contigo, debo hacer presente en tu corazón lo que hay en el mío.
Así, buscando una forma de dejar que la palabra que existe en mí llegue hasta ti y habite en tu interior, tengo el recurso de mi voz. Su sonido te comunica mi palabra y su significado. Cuando se termina, se desvanece. Pero mi palabra está ahora en ti, sin haberme abandonado nunca.» (Sermón 293, 3.)

¿No es esta la magia del lenguaje? Por medio de él se da algo que, al entregarse, no se pierde. Igual sucede con la escritura: la palabra, en lugar de voz, toma la forma de un signo escrito, de un conjunto de letras. Y en el escrito se contiene la palabra que alberga el autor y que pasa a habitar en el lector. En el acto de la lectura se da esa transmisión, silenciosa y elocuente. Como una semilla multiplicándose, la palabra se reproduce y viaja lejos; ya no pertenece solo a quien la escribió, sino a todos aquellos que la leen y la conservan en su memoria. La palabra es inagotable y fecunda.

El cuento, según Clarissa Pinkola Estés

Antes que psicoanalista de la escuela junguiana, Clarissa Pinkola Estés se define a sí misma como poetisa, cantadora y contadora de cuentos. Esta es su visión sobre el cuento. El cuento fantástico, el cuento sin autor o de mil autores, el cuento que se pasa de una generación a otra y que sobrevive a milenios de historia y olvidos…

A mis ojos, las historias son una medicina.
...Siempre que se narra un cuento se hace de noche. Dondequiera que esté la casa, cualquiera que sea la hora, cualquiera que sea la estación, la narración del cuento hace que una noche estrellada y una blanca luna se filtren desde los aleros y permanezcan en suspenso sobre las cabezas de los oyentes. A veces, hacia el final del cuento, la estancia se llena de aurora, otras veces queda un fragmento de estrella o un mellado retazo de cielo de tormenta. Pero cualquier cosa que quede es un don que se debe utilizar para trabajar en la configuración del alma…
[...] A mi juicio, el cuento, en todas las modalidades posibles, solo puede ser fruto de un considerable esfuerzo intelectual, espiritual, familiar, físico e integral. Nunca brota fácilmente. Nunca «se recoge» o se estudia en los ratos libres. Su esencia no puede nacer ni se puede mantener en la comodidad del aire acondicionado, no puede alcanzar profundidad en una mente entusiasta pero no comprometida y tampoco puede vivir en ambientes sociables pero superficiales. El cuento no se puede «estudiar». Se aprende por medio de la asimilación, viviendo cerca de él con los que lo conocen, lo viven y lo enseñan, mucho más en las tareas de la vida cotidiana que en los momentos visiblemente oficiales. [...]
La beneficiosa medicina del cuento no existe en un vacío. No puede existir separada de su fuente espiritual. No se puede tomar como un simple proyecto de mezcla-y-combinación. La integridad del cuento procede de una vida real vivida en él. El hecho de haber sido educados en él confiere al cuento una luz especial.
 Las citas son de Mujeres que corren con lobos, «Conclusión: el cuento como medicina».