Dos trucos del chef

Estoy con las manos en la masa, hasta el cuello de correcciones y echando humo por la sesera. Así que hoy, a los eventuales visitantes de este blog, no se me ocurre nada mejor que regalarles un par de truquillos del Chef. Son dos recursos estupendos para los que estáis corrigiendo novelas y textos.

El primero es más antiguo que el ir a pie. Se trata de leer el texto en voz alta, pausadamente, entonando y vocalizando bien. Es ideal para detectar repeticiones, cacofonías, aliteraciones, frases demasiado largas o maltrechas, expresiones que no acaban de encajar… ¡No se escapa ni una! Es un método que pide tiempo y paciencia, claro, pero rara vez falla. Si suena bien, se lee bien. Será porque la ficción en prosa tiene más que ver con la voz que con la letra escrita… La literatura, a fin de cuentas, es la hija recién nacida de una larguísima tradición oral que hunde sus raíces en los albores de la humanidad.

El segundo truco se lo debo a mi amigo Federico, ingeniero escritor que aplica su ciencia a sus letras (valga la expresión). Sirve para corregir uno de los defectos más comunes de los noveles o cuasi-noveles: la repetición excesiva de nombres propios, especialmente de los personajes protagonistas. Se trata de simple matemática: con la herramienta de Word, contad las palabras totales del relato, luego buscad cuántas veces se repite el nombre de marras, y hallad el porcentaje de incidencia del nombre sobre el total de palabras. Si asciende por encima de un 0,6% - 0,8 %, casi seguro que os habéis prodigado en exceso. Y eso se nota. Si vuestros protagonistas ocupan un 1% del total de palabras del relato, o incluso más, ya sabéis: toca revisar y recortar. Los personajes secundarios no deberían superar el 0,3 %. Yo lo estoy haciendo, es un auténtico ejercicio de estilismo que obliga a ser creativos y más ágiles. Los resultados también se notan.

Con estos dos secretos, seguro que el guiso literario mejora sustancialmente su textura y sabor. ¡Probadlo!

Los esclavos de Miguel Ángel

¿Por qué titulo así esta entrada? Seguro que todos tenéis en mente esas poderosas esculturas sin acabar, con el rostro apenas dibujado, de miembros arqueados, pugnando por liberarse de la piedra. Bueno, pues esa es la imagen que me viene a la mente cuando pienso en mis novelas.

Salvando las diferencias, así es como veo mis manuscritos, por ahora. Acabados y sin acabar, retorciéndose en dolores de parto literario. Y ahí estoy yo, la comadrona, escarpa y cincel en mano, dispuesta a liberar las letras, las frases, los capítulos… para que una bella escultura pueda salir a la luz.

Hace pocos días se ha publicado una entrevista en Prosófagos, mi foro preferido, que os recomiendo vivamente. Guillermo Martínez, escritor desde la infancia, ganador del Planeta 2003, afirma que “todo lo que alguien puede hacer por sus libros es escribirlos lo mejor posible”. Sinceramente, le doy toda la razón. Y esto pide tiempo, y revisar, revisar, revisar... todas las veces que sea necesario.

No quiero acabar este post sin un saludo cariñoso a mis dos colegas brunescos –si pasáis por aquí―, amigos escritores con los que comparto agencia y que, como yo, están esperando buenas noticias que tardan en llegar, sin dejar de trabajar por un momento. Nos estamos animando mutuamente y ayudándonos también, en ese taller sembrado de astillas de palabras y polvo de fantasía.

¡Qué importante es no sentirse solos en esta batalla! Gracias por estar ahí.

¿Un consejo? Rescato uno de mis primeros posts: dad a leer vuestras obras, a amigos, familiares y, si podéis, a otros escritores. Escuchad sus opiniones y sugerencias, aunque vuestro criterio prevalezca. Os ofrecerán una visión rica y completa que os permitirá pulir y corregir con mucha mayor precisión. ¡Vale la pena!