Aunque el frío queme... y se calle el viento

¡Feliz Año Nuevo! Con poesía, con coraje, con música... Gracias por seguir este blog.

No te rindas. Escucha el poema de Mario Benedetti aquí.

Mil versos

Mil versos no es mucho. Mil versos escasos bastan para convertir a este medio fraile, como decía Teresa de Ávila, bajito y de mirada ardiente, en uno de los poetas más celebrados de la literatura castellana.

Mil versos. Versos que arden, que hay que sujetar con brío a las cadenas métricas porque cantan al amor ―gran tema de los poetas― pero no cualquier amor, sino aquel amor de los amores que salta las fronteras del entendimiento y del lenguaje, toda ciencia trascendiendo...

Mil versos bastan. Mil versos que han calado en nuestras letras, muchos de ellos inspirados en las viejas cadencias semíticas de la Biblia, muchos de ellos inspiradores de tantos poetas hasta el día de hoy.

Mil versos. Pocos pero densos. Destilados como gotas de licor fortísimo y sabroso. Sí, sabroso como esa pasión que llena el corazón y rebosa en los labios y en la pluma. Me impresiona saber que los más encendidos versos fueron escritos en prisión. Traicionado, abandonado, relegado en una celda húmeda donde los días parecían largas noches, Juan de la Cruz nunca perdió la libertad. Porque el arte, si es auténtico, pide muy pocas cosas, pero indispensables. Y una de ellas es ser libre.

14 de diciembre. En este día recuerdo a Juan de la Cruz, pequeño fraile que amó la hermosura del mundo, pero al que se le hacía pequeña la vida para contener un amor tan grande. Lo recuerdo y recito despacio…

Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma el más profundo centro.
Pues ya no eres esquiva,
¡acaba ya si quieres!,
rompe la tela de este dulce encuentro.
Oh cauterio suave,
oh regalada llaga,
oh mano blanda, oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga.
Matando, muerte en vida la has trocado.
Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido.
Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras.
Y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
¡cuán delicadamente me enamoras!

Enlace a las poesías de san Juan de la Cruz.

Página de San Juan de la Cruz en Cervantes Virtual.

Kedadas en Barcelona

Hace ya... ¡más de cinco años! que un grupo de compañeros de foros literarios nos decidimos a "kedar". A vernos cara a cara, a oírnos la voz, a compartir más que letras y palabras, ¡presencia viva! y conocernos. Así empezó todo, primero en Badalona y luego en Barcelona ciudad. Desde entonces se han sucedido muchos encuentros en los que todos hemos podido intercambiar inquietudes, alegrías, proyectos y un puñado de relatos. Hemos crecido, ¡y seguimos!

Os invito a visitar nuestro recién estrenado blog de las kedadas.

"No puedo escribir un poema si no es un poema de amor..."

Y,
¿Qué hacen los poetas cuando no están enamorados? 

¿Se puede leer la poesía? Más bien creo que no, que la poesía hay que recitarla, o escucharla, o saborearla… ¿Leer un libro de poemas? Sí, despacio. Sorbo a sorbo, paladeando los versos y dejándose llevar por la magia de las palabras. No se puede “devorar” un libro de poemas. La prisa mata la belleza. 

Así estoy leyendo el libro Luz secreta, de Celeste Caro. Escrito, ilustrado y maquetado por ella misma. Una recopilación de poemas que destilan los tesoros ocultos del corazón de la autora. Vestidos de nostalgia, deseo, música e imágenes evocadoras. Con aroma de ciudades barrocas y jardines mediterráneos, de cafés bohemios y de casas habitadas por la soledad. 

Leer las poesías de Celeste es un disfrute. Los versos, libres, fluyen en la mente y dejan poso. Los leo y deseo volverlos a leer, como el niño que desea repetir y saborear de nuevo un dulce. Gracias, Celeste, por regalarnos este libro. Gracias por compartir ese mundo interior donde 
...el alma inquieta no tiene bastante 
y quiere ser una barca iluminada 
y visitar las islas perdidas, 
convertirse en puente de cristal 
o en serpiente de vainilla y turrón

Gracias por dejarnos atisbar esa
Luz secreta, luz de mi corazón,  
resplandor del diamante  
que brilla dentro del cofre,  
belleza que no se puede esconder. 

Gracias por invitarnos a vivir esas noches donde…
El mundo era un cabaret brumoso  
donde convergían los errantes,  
almas perdidas del norte y del sur, 
que soñaron con la gloria y 
con la ilusión voluptuosa

Luz secreta: http://elcielovirtual.blogspot.com.es/2014/11/luz-secreta.html
Blog de la autora: http://elcielovirtual.blogspot.com.es/
Para pedir el libro podéis contactar con ella o con la editorial: info@fenixeditora.com

Teresa de Jesús, o cómo expresar lo inefable

«Lee y conducirás; no leas y serás conducido.» Lo dijo Teresa de Jesús, la monja que aconsejaba a sus hermanas que, a la hora de elegir confesor, procuraran que fuera bien letrado

Ayer fue la fiesta de Santa Teresa de Ávila, y este año se inicia la celebración del V centenario de su nacimiento. Teresa de Cepeda y Ahumada no es una figura exclusiva del mundo religioso y devoto; su nombre brilla en cualquier manual de literatura hispana. ¿Por qué? Porque los místicos, cuando toman la pluma, desafían al lenguaje. ¿Cómo expresar en palabras lo que es inefable? Los místicos, leí no recuerdo dónde, llevan las capacidades expresivas de la lengua hasta sus límites, intentando traducir lo que sobrepasa el dominio de la lógica. No se puede transmitir una experiencia que se hunde en el misterio sin recurrir a la poesía, a la metáfora, a la parábola... Y eso es literatura. 

Le guardo una especial simpatía a Teresa de Jesús. Cada tanto, leo o releo alguna de sus obras. Y aunque su castellano del siglo XV, plagado de subordinadas, cabos sueltos y vueltos a recoger, requiere de los seis sentidos para no perder el jugo del texto, no dejo de admirar la hondura de su discurso, la sabiduría atemporal de una mujer templada por la vida y las tormentas interiores, y la frescura de su voz, tan desenfadada, tan viva. Teresa es una mujer apasionada y enamorada. Y quien ama muy fuerte puede escribir valiente.

Dejo como botón de muestra un párrafo del inicio de sus Moradas, una metáfora que no pierde resplandor con el paso de los siglos:

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza.
Aunque quizás sean más impactantes y próximos sus versos. Aquí otra pequeña muestra:

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
[...] Esta divina prisión
del amor en que yo vivo
ha hecho a mi Dios cautivo
y libre mi corazón.
Y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero. 

En este enlace se pueden descargar las obras completas de Santa Teresa de Jesús.
Esta es la página de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes sobre Teresa de Ávila.
Y en esta página encontraréis más información sobre su vida y obra.

Marie de France y los Lais

Marie de France, una de las primeras escritoras conocidas en lengua romance ―la langue d’oïl― escribió doce relatos de amor inspirados en antiguas leyendas bretonas.

Los Lais de Marie de France son una bella muestra de poesía y narrativa, donde la elegancia de la forma se une a lo sugestivo del tema: amor, muerte, aprendizaje y crecimiento, esos temas que son la raíz de los mitos y la savia de la literatura que nunca pasa de moda…

Del prólogo a los Lais extraigo estras frases de la autora, frases que resuenan en mí, como escritora, y seguramente en muchos de los que leáis estas líneas.

   «Aquellos a quien Dios favorece con el don de la elocuencia no deberían esconder su luz, sino, al contrario, mostrarla de buen grado. Si una gran verdad es proclamada a los hombres, es como un árbol que da mucho fruto; pero cuando la belleza del relato es alabada por muchos, las flores se entremezclan con el fruto en las ramas.
   Según cuenta Prisciano, era costumbre entre los antiguos expresar de forma oscura algunos temas de sus libros, de manera que los que vinieran después pudieran estudiarlos con mayor diligencia para vislumbrar el sentido de sus palabras. Los filósofos eran conscientes de ello y fueron los que más se afanaron en esta labor y los que más sutiles distinciones hicieron, porque sabían que la verdad los haría libres. Estaban convencidos de que aquel que quisiera conservarse puro ante el mundo debía buscar el conocimiento, la sabiduría. Para alejar el mal de mí, y para huir de la tristeza, me he propuesto escribir un libro. Pensé primero que podía traducir una bella historia del latín o del romance a la lengua común. Pero descubrí que casi todas las historias ya habían sido escritas, y que no valía la pena, ¡lo ha hecho tanta gente! Entonces recordé los lais que tan a menudo había escuchado. Nunca dudé ―lo sé de cierto― que nuestros padres los compusieron para que pudiéramos recordar las proezas de los héroes de antaño. ¡He escuchado tantos, y durante tanto tiempo! La voz del trovador resuena en mis oídos, no quisiera que se perdiera en el olvido. Por eso he querido convertirlos en romances, tan bien rimados como he sido capaz, y esta tarea me ha costado muchas noches de vela.
   En tu honor, noble y gentil rey, ante quien el júbilo se inclina, en cuyo corazón arraigan todas las virtudes, he recopilado estos lais y los he rimado. Antes de que ellos hablen por mí, dejadme elevar mi voz y decir: Señor, os ofrezco estos versos. Si os complace recibirlos, tanta mayor felicidad obtendré, y con mayor alegría viviré el resto de mis días. No me consideréis altiva o presuntuosa por osar brindaros este regalo. Escuchad, ahora, el inicio de esta historia.»

Cuatro cosas querría destacar de este prólogo. La primera es la autoestima del autor. Cuando tantos escritores nos vemos a menudo aquejados de inseguridad o dudas sobre nuestra valía, bueno es recordar que los talentos no se hicieron para esconder bajo una mesa, sino para hacerlos brillar, y esto no es arrogancia ni vanidad, sino natural expresión de lo que uno es y ama.

En segundo lugar, María da un motivo por el que escribe: para alejar de ella el dolor y la tristeza. ¡Cuántas veces la literatura ha sido la mejor terapia! Quien canta, su mal espanta

En tercer lugar, la poetisa reflexiona, ¿sobre qué puedo escribir? Ya en el siglo XII parecía que todas las historias habían sido contadas… ¿Qué decir, hoy? María rechaza volver a los temas clásicos archi-repetidos y decide ir a los orígenes, al poema oral, a los mitos y cuentos atemporales que pueblan el sutrato de una cultura. Cuántas veces, como recuerda C. S. Lewis, ser original no es otra cosa que volver al origen y contar, de otra forma, los temas de siempre.

Finalmente, María se dirige a un lector. No escribe solo para sí misma, ofrece sus relatos a un rey ―posiblemente protector de su familia―. En todo momento, mientras ha compuesto su obra, ha tenido en mente al público que recibirá sus relatos.

¿Qué escribo? ¿Por qué escribo? ¿Para quién escribo? Son tres buenas preguntas que todo escritor debe afrontar una y otra vez y sobre las que vale la pena reflexionar con calma.


¿Queréis leer los Lais? En inglés y on line los encontraréis en este enlace

La rosa de cuatro picos

No es una flor, pero tiene pétalos; y es roja como las rosas de color sangre… ¿Sabéis quiénes son los maragatos? ¿Conocéis sus antiguas costumbres? ¿Habéis hecho el Camino de Santiago?

Si deseáis saborear algo de todo esto, os invito a leer mi cuento La rosa de cuatro picos, que acabo de publicar en Amazon. En él rescato memorias de mi infancia, vivida en tierras ásperas y legendarias, y de mi juventud, cuando tuve ocasión de recorrer un tramo de este camino de las estrellas donde muchos viajeros encuentran algo más de lo que buscan.

Lo encontraréis en versión Kindle o impresa a demanda: aquí.

Como siempre, sabed que los beneficios de las ventas irán a parar a la obra social de la Fundación ARSIS (www.arsis.org).

Si lo adquirís, ¡agradeceré mucho vuestros comentarios! Abajo tenéis un pequeño atisbo del libro...

Soledad ha cumplido quince años. Los años de la infancia quedan atrás y se enfrenta a un matrimonio impuesto por su familia. Pero antes de desposarse se lanza a una última aventura donde todavía podrá saborear la libertad: el camino de Santiago. Este es un relato donde la fe, la magia y la tradición se unen para transportarnos a las tierras maragatas siguiendo los pasos de una doncella peregrina.

Cuentos de Perucho Correcaminos

Después de mucho pensarlo, y animada por otros compañeros escritores, ¡me lancé a la selva Amazónica

Me he estrenado con un libro de cuentos que algunos conocéis por los foros literarios que frecuentamos hace unos años. Se trata de los Cuentos de Perucho Correcaminos. Son relatos con toques de picaresca, sabor añejo, humor ¡y hasta magia! Porque, ¿sabéis que las meigas existen? Sí, haberlas haylas, y tienen escobas mágicas. Si no lo creéis, leed…

Descargad los cuentos en Kindle

Si lo queréis en versión impresa, ¡ha quedado precioso! Clicad aquí.

Las dos ilustraciones, la de la portada y otra interior, se las debo a Carmen Camacho, buena amiga de Sevilla y artista polifacética que también ha hecho sus incursiones en el mundo de las letras. 

Por último, como muchos sabéis, formo parte de la Fundación ARSIS. Entre otros proyectos, ayudamos a niños y adolescentes que han sufrido maltratos y a familias en situación de extrema pobreza. Todas las regalías de las ventas irán directas a esta obra social. Además de disfrutar leyendo, podéis ayudar a una buena causa. ¡Gracias por colaborar!

Érase una vez un bosque...

…de palabras, recuerdos, deseos y secretos. Un bosque donde se ocultan los trasgos y niñas con ojos asombrados de color caramelo buscan la infancia perdida y ese paraíso que no está inhabitado, sino poblado de sueños…

Ana María Matute ha muerto. Nos ha dejado mucho más que una gran escritora. Mucho más que la silla K de la Real Academia de la Lengua. Mucho más que el Premio Cervantes, la nominada al Premio Nobel de las letras, la narradora genial  que sabía contarnos cuentos de niños que no eran para niños, sino para adultos que todavía se dejan sorprender.

Para muchos lectores, Ana María fue el hada de las letras que nos abrió un mundo. O muchos mundos. O quizás ese edén maravilloso que el ser humano añora desde su nacimiento y donde todo es posible, hasta lo imposible.

Ha muerto Ana María, y quizás sobra decir que sus letras no han muerto, porque lo que se escribe, escrito queda, y sobrevive al paso del tiempo. Sus libros la sobrevivirán y conservarán su vida entre nosotros. Pero yo quiero pensar que ella sigue viva, en otra dimensión, desde la que podrá observar esta otra parte, la del mundo que la hizo sufrir y gozar, llorar y escribir ―¡su salvación!— con una sonrisa y ese brillo intenso que animaba sus ojos negros, aún en la fragilidad de su vejez.

Conocí a Ana María Matute en persona, en noviembre de 2009. Le pedí una entrevista para la revista Prosofagia y me la concedió, en su casa. Fue amable y cariñosa, aunque aquel día no se encontraba muy bien. A medida que íbamos hablando, afloraba en ella el genio y la energía interna que la animaba se transmitía a su voz. Fue hablando con ella cuando me di cuenta de que, pese a los achaques del cuerpo, nunca sería anciana. Quien se deja llevar por la vena creativa alberga una vida que no tiene edad. Y en Ana María había un manantial muy profundo. Me dedicó un libro y me sorprendió su caligrafía: recta, firme, con trazos elegantes y una “m” originalísima. Y pensé: esta es ella. No solo sus letras, sino su letra, la retratan. Personal, serena, bella. Y valiente. Porque para ser excelente en las letras no basta con escribir bien, sino con ser audaz y arriesgado. Y Ana María lo era: no temía explorar las oscuridades más abismales del alma humana, como tampoco llevar la expresión literaria hasta los límites que deseaba. Y la frontera, en una gran escritora, siempre es muy amplia…

Conocí a Ana María leyendo y releyendo El polizón del Ulises. Ella me enseñó a valorar un texto bien escrito, y me enseñó a ser atrevida y a buscar la belleza escribiendo. Después he leído otras obras suyas, y he tenido el privilegio de conversar con ella y de escuchar su valoración sobre uno de mis libritos, que le regalé. Hoy la recuerdo, con inmenso cariño, con admiración, y deseando, no imitarla, sino tomarla como modelo de coraje y audacia ―en la vida y en las letras―. En la entrevista que mantuvimos me recitó unas palabras de Cernuda, que eran como su lema inspirador, y que aquí reproduzco:

«Creo en mí, porque algún día seré todas las cosas que amo».

* * *

Podéis leer aquí la entrevista que se publicó en Prosofagia, núm. 6 (página 10 y siguientes).
Su discurso al ingresar en la Real Academia, En el bosque.

Nadando bajo el agua

Escribir bien es como nadar bajo el agua y aguantar la respiración. Scott Fitzgerald.

Lo escribió en una carta a su hija Frances. ¿Podéis recordar lo que sentís cuando nadáis bajo el agua? ¿Cuando queréis cruzar una piscina, buceando, sin salir una sola vez a respirar…?

Para mí es una experiencia hermosa y retadora. Pide lanzarse con decisión, tomar el aire justo y dosificarlo con precisión, manteniendo un tenso equilibrio que se mezcla con el placer, gozoso, de deslizarse bajo el líquido y sentir cómo tu cuerpo lo hiende, veloz y vigoroso.

Pide fuerza y pide balance, arrojo y contención, energía y sutileza. Para poder desplazarse con ligereza y con movimientos mínimos, limpios, sin el más mínimo derroche.

Nadar bajo el agua y contener el aliento... Un gozo y una lucha, donde no valen los movimientos en falso, ni las torpezas. Así es la escritura. Un arte que, como todos, pide disciplina y pasión.

Mujeres de radio

Antaño, cuando comprar libros o acceder a una biblioteca no estaba al alcance de todo el mundo, la literatura también se difundió por la radio. Teatro leído, novelas, poesía… cuántas horas amenizadas, cuánto tiempo no matado, sino preñado de magia y hondura, llenaron las voces de esos bardos invisibles que resonaban tras la rejilla de un viejo transistor.

Hubo, hace noventa, años, una generación de mujeres de radio. Fueron las pioneras, la primera hornada de locutoras que regalaron su voz y su talento a las emisoras que se iban abriendo en diversas ciudades españolas. Eran los años de la segunda república, años de libertad y expansión cultural, años de oportunidades en los que muchas mujeres podían soñar en estudiar, viajar y llegar tan lejos como sus sueños las empujaran.

Hoy, un libro, Dones de ràdio, recuerda a estas primeras mujeres de la radio en Cataluña. Y entre ellas me emociona leer un nombre: Montserrat Parés, la primera locutora de Radio Tarragona.

Madre de mi madre, mente inquieta y lectora voraz, fue ella la que más tarde inculcó el amor a la lectura a su hija, quien, a su vez, lo contagió a mí y a mis hermanas… Gran comunicadora, actriz graciosa, de voz firme y aterciopelada, era una estudiante de quince años cuando se atrevió a presentarse ante el director de la emisora y con su inigualable mezcla de desparpajo y candor le preguntó si necesitaban una voz femenina.

Soñaba estudiar farmacia. Soñaba viajar a países lejanos. Alguna vez le pasó por la cabeza ser misionera. Amaba leer, declamar, dialogar. Era bella con el frescor de una mujer de la tierra ―había nacido en un pueblo pequeño del campo de Tarragona―, pero poseía el glamour de una joven cosmopolita, ávida de saber y experiencia.

La guerra dio al traste con sus sueños. Se casó, se fue a vivir a una aldea entre montañas, tuvo cuatro hijos… Su voz se quedó en el hogar. Sus hijos y sus nietos pudimos disfrutarla, contando relatos, explicando anécdotas, recitando versos. Cantándonos canciones antiguas de la tierra que amaba. Algo de su corazón se quedó ahí, enterrado bajo las ruinas de una guerra que abrió heridas muy hondas. Nosotros, los que hoy recordamos, somos hijos de esa historia manchada en sangre. No somos hijos de los sueños, sino de la cruda realidad.

Hoy, 90 años después, Caterina Albertí publica un libro en memoria de estas mujeres que prestaron su voz a un pedazo de la historia. Este es mi pequeño homenaje, con cariño especial hacia la que ha marcado mi vida. Y sí, también mi vida de sueños y de letras.

Enlace al libro: aquí.

Radio Tarragona, el director y su primera locutora en el año 1933.

Y esta es una foto de Montserrat Parés, recién casada.


Una mujer increíble

Una mujer increíble… ¿Hermosa? ¿Seductora? ¿Enigmática? ¿Peligrosa? Todo esto y mucho más es Isabel, mujer con nombre de reina y cuerpo de diosa, que anima las páginas escritas por Manuel Navarro Seva en una novela que se lee increíblemente bien.

No, Isabel no es una musa caída, como la Safo de Daudet; ni una rica heredera hambrienta, como la Thérèse Martin de Anatole France; ni una casada insatisfecha, como Emma Bovary. Aunque comparte algo del misterio, el drama y la miseria de estas heroínas. También su amante, como los hombres de aquellas, tiene madera de artista, cornudo y marido apaleado. Y como telón de fondo asoma, ¡no podía faltar!, la eterna y romántica París… Pero estamos en Madrid, en el siglo XXI. La mujer de esta historia tiene glamour de cine y sencillez de maruja; dice cocretas, cocina mal los macarrones y se le enreda el cordón umbilical con el sexo.

Es fascinante. Y, tal como ella atrae a sus amantes, el narrador de su historia atrapa al lector, cazándolo con guante de seda. Los lectores que lo conocemos sabemos que Manuel Navarro es de prosa austera y cristalina, que fluye sin darse uno cuenta. En esta novela, introduce el suspense con igual suavidad. La narración se desliza con sosiego, pero… ¡uno no sabe, realmente, qué va a ocurrir a la vuelta de página! Ese factor inesperado, esa incertidumbre, ese ¡ay!, que mantiene en vilo al atormentado protagonista, también mantiene al lector alerta y deseoso de saber más. Pocas veces he visto el suspense manejado con tanto acierto, y además en un relato no policíaco ni de acción.

Del final nada diré, pensando en futuros lectores. Solo que, de entre las muchas opciones que se os pueden ocurrir, ¡posiblemente no sea la que esperáis!

Gracias, Manuel, por brindarnos esta novela. Por convertir uno de tus antiguos cuentos en un relato más largo, que podemos saborear durante más tiempo. Tampoco demasiado. Aunque ya dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Cómprala en Amazon.

El hielo

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaba por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre…
[…] Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:
―Es el diamante más grande del mundo.»
Así empieza y casi termina el primer capítulo de Cien años de soledad. Leí estas palabras por primera vez con once años, en una clase de literatura. Mi paladar de lectora niña y torpe no pudo asimilar la exuberancia de aquella selva de letras, que se me antojaba demasiado enmarañada y hostil. Un pedazo de hielo se me atascó y me alejó de García Márquez y el deseo de conocer su obra durante muchos años… ¡Cuántas lecturas perdidas! Pero ese mismo bloque de hielo irisado, mucho tiempo después, es el que me subyugó y me arrastró a leer toda la novela de corrido, adentrándome en el mundo mágico de Macondo y la saga de los Buendía, asombrándome a cada frase, a cada párrafo… A menudo pienso que el mejor taller de literatura es leer a los clásicos y a los genios. García Márquez es ambos.

Hoy también celebramos el día del libro, el día de Sant Jordi, el 450 aniversario de Shakespeare… Hoy huele a papel y a rosas, las letras tiemblan en el aire como las semillas de los plátanos y los pétalos de los geranios en flor. Hoy huele a literatura, a recuerdo, a eternidad. Porque las letras hacen eternas al hombre, y su espíritu sobrevive no solo en las alturas, sino en las profundidades de las páginas. Ahora Gabo está ya a merced de la luz, en los altos aires donde no alcanzan a llegar ni los más altos pájaros de la memoria…

Buenas noches, escritores que nos habéis alimentado el alma. Buenas noches, príncipes de las letras. Permitidme saludaros con las últimas palabras de Horacio en Hamlet:
Good night, sweet prince, and flights of angels sing thee to thy rest.

La intimidad y el arte

El arte de contar la vida (de darse cuenta de la vida, de tenerla en cuenta) no es más que el arte de vivir. Vivir con arte es vivir contando la vida, cantándola, paladeando sus gustos y sinsabores... Se puede vivir sin arte... Se puede vivir sin intimidad porque la intimidad no es imprescindible para vivir. La intimidad sólo es necesaria para disfrutar de la vida.

¿Qué es la intimidad? A menudo la  confundimos con privacidad, con identidad o con lo inefable. ¿Es realmente posible adentrarse en la intimidad de alguien sin violar su espacio sagrado? A diferencia de los culebrones y los reality show, las obras literarias y artísticas son capaces de poner de manifiesto al lector los verdaderos aspectos de la intimidad de los personajes que aparecen en tales obras, esto es, la forma en que se sienten a sí mismos, de tal modo que dicho conocimiento no supone una violación o profanación de dicha intimidad. Por tanto, la intimidad no se trata de algo inexpresable o incomunicable mediante el lenguaje, de la misma manera en que tampoco consiste en algo que tan solo sería experimentable en la más pura soledad, exenta de toda comunicación con los demás.

La intimidad está ligada al arte de contar la vida (y no, como suele creerse, a la astucia de no contar nada, no sea que luego vayan contando por ahí...), que, dicho sea de paso, es, sin más, el arte.

Son citas de la recensión que un buen amigo ha hecho sobre el libro de José Luis Pardo, La intimidad (Ed. Pre-textos, Valencia).

Nevsky Prospekt

Leyendo Nevsky Prospekt he comprendido mejor por qué Manuel Navarro eligió este nombre de batalla para los foros literarios. Boris. Nombre eslavo que, además, significa “del norte”. Casi un año de estancia en una ciudad norteña, San Petersburgo, fue suficiente para marcar su vida ―toda una vida― y para despertar en él una pasión por las letras que va más allá de la de un lector aficionado. Es posible que el escritor que Boris lleva dentro naciera en esta ciudad de noches blancas, catedrales y museos que se miran en las aguas heladas del Neva y el Fontanka.

Nevsky Prospekt, diario de un expatriado nos adentra en la Rusia de hoy. Un país occidentalizado y moderno, donde las multinacionales se han afincado y reúnen a grupos de trabajo de diversos países; donde el inglés es la lengua franca y las decisiones dependen de una directiva extranjera, a menudo distante. Pero en ese ambiente cosmopolita aún queda algo de aquella vieja Rusia de antaño. La Rusia postmoderna no ha podido ―ni podrá― domesticar el frío. El frío, la dureza del hielo y la claridad de esas noches de verano siempre marcarán el carácter de las gentes, que Boris nos presenta como reservado y cauteloso. La cortesía y el vodka son la pátina de hielo, gentil, que quizás refrena y contiene el fuego del alma rusa…

En una entrevista con Ana María Matute, me decía que una novela es fantástica: en ella cabe de todo. Sí, cabe todo, incluso el diario de un expatriado que, de golpe, sin pretenderlo, se encuentra en tierra ignota y con una misión profesional no fácil. En las páginas del diario va consignando las impresiones que día a día va atesorando: rostros, personas, paisajes, comidas… y aromas. Ah, ¡el olor! Cuando leí esa frase, esa frase corta, sencilla, en la que el autor describe el olor peculiar, indescriptible, olor a Rusia, fue cuando la novela definitivamente me atrapó. Dice Joanne Harris, la autora de Chocolat, que «una novela que no huele, no duele; y, por tanto, no se lee». Nevsky Prospekt huele, y sabe, y se oye, y se siente. Quizás por eso este diario, escrito con enorme sobriedad, gusta y envuelve al lector. Con Manuel, conozco esos retazos de Moscú, de Saint Pete, de la costa báltica. Con él saboreo los menús ―italianos, orientales, rusos…―, me familiarizo con los rostros nuevos, recorro las calles, siento el frío en la piel y me estremezco escuchando una sinfonía o contemplando un ballet. Con él, experimento la soledad. Pues esta novela es una historia de soledad, no por ser transitoria menos profunda. Manuel, el expatriado, pese a trabajar rodeado de gente, está solo. Sola está “su casa”, como él bautiza a las anónimas habitaciones de los hoteles donde vive; solitarios son sus paseos, sus almuerzos y sus cenas, sus largas horas de lectura o de ocio. La sociedad que lo recibe no lo rechaza, pero tampoco lo acoge. Vive la nostalgia del hogar, en el lejano Madrid, y busca llenar su tiempo con lecturas, música, visitas culturales y algunas salidas nocturnas. Como afirma en una ocasión, para un expatriado es difícil pasar mucho tiempo en Rusia sin una mujer y sin beber demasiado. Manuel no bebe en exceso ni rompe la fidelidad con su esposa, su refugio es el tabaco. Como si esa densa niebla fragante pudiera amortiguar, igual que la nieve, la aspereza de la soledad.

Juan Eslava Galán, hablando sobre el ego del escritor, suele recordar que “la sombra del hortelano no debe molestar en la huerta”. Parece casi imposible que en un diario personal, donde la soledad aletea tras cada página, la sombra del autor no caiga sobre las letras. Pero en el caso de Nevsky Prospekt esto se cumple asombrosamente. No en vano la novela lleva por título principal el nombre de un lugar. Tanto como el narrador, Saint Pete es la protagonista de este relato. Y la sombra de Manuel no estorba en la huerta.  Está ahí, con el sentimiento contenido, expresado con austeridad y sencillez, sin recrearse en contemplaciones narcisistas, sin sobrecargar el relato con emociones o digresiones metafísicas. Cuando el lector podría esperar algún estallido, una efusión, o una caída en la elucubración sentimental, Boris nos sorprende con una, dos frases, cortas, simples, desnudas. Basta con eso. Una imagen, una impresión. El resto, queda para el lector imaginarlo.

Y esto se agradece. Maestro en la precisión y en la sobriedad, en el mostrar, no contar en la medida en que esto es posible en un diario personal, Manuel nos da una lección de cómo convertir un diario en una novela. Incluso el mundo interior se puede expresar sin divagaciones barrocas y egocéntricas. Por esa ligereza que es solidez, por esa desnudez que es elegancia, Nevsky Prospekt es una novela que se lee, y se deja leer, con gusto.

Del cielo llovieron colores

¿Un poema? ¿Una metáfora? No, no, ¡es real! Del cielo llovieron colores... y cayeron entre las páginas de un libro que me emociona haber podido prologar.

Hace muchos años, yo era una estudiante que asistía a las clases de una asignatura insólita, en la Universidad de Lérida. La asignatura se llamaba Utopia y llenaba el aula hasta el tope, con tantos varones como mujeres (las chicas solemos ser mayoría en las carreras de humanidades pero aquí se trastocaban las estadísticas). El profesor, Pere Gallardo, nos introducía en los vericuetos de un género literario inconformista, la ciencia ficción. Cine, música, filosofía, sociología... sus clases nos llevaban más allá de la literatura y a menudo despertaban nuestra inquietud y animados debates entre los alumnos. Pere y su Utopia fueron de esas huellas que no se borran con el paso de los años.

Mucho tiempo después, cuando gané el Premio Minotauro por mi novela Ciudad sin estrellas, quise enviársela. Así se restableció un antiguo vínculo profesor-alumna, que ahora se ha convertido en amistad entre dos escritores. Pere Gallardo, fiel a su inquietud de ayer y de hoy, sigue explorando la ciencia ficción, pero también otros géneros literarios, como el relato breve. Del cielo llovieron colores es una antología de cuentos que no dejan indiferente a nadie. Mejor lo digo tal como lo expresé en el prólogo...

Os invito a entrar en un país de relatos sorprendentes. Atención, porque es terreno minado. Los cuentos de P. suelen comenzar con un tono sereno e intimista, pero poco a poco van conduciendo al lector por vericuetos insólitos para terminar, casi siempre, con un inesperado final.
Escritos con pulcritud y detalle, con pinceladas de sentimiento, sabiamente dosificadas pero muy vigorosas, parten de situaciones cotidianas, ordinarias, y acaban trasladando al lector a una dimensión casi surrealista, entre lo trágico y lo absurdo.
[...] En los cuentos se da una constante: la frontera entre realidad y ficción se diluye. Algunos personajes poseen una vida interior torturada, como Hawk, el bebedor solitario, o Julia, la estudiante que cree sus propias fabulaciones. Otros viven presos de obsesiones, como el protagonista de Llámame o el vendedor de seguros. Algunos son escépticos que se ríen de los mitos mientras el mundo se desploma sobre sus cabezas y otros sobreviven como náufragos en medio de la multitud. Encontramos mujeres que sueñan con algo más deseable que la belleza y niños inocentes que vuelan sobre los delirios de sus padres. Y otros, como Harper y la mujer barbuda, poseen una lucidez creativa que les permite burlarse del mundo y parodiarse a sí mismos. En todos ellos, sin embargo, esta vida interior hierve y los lleva a crear ―o a creer en― una ficción que, tarde o temprano, termina estrellándose contra el mundo exterior. 

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Stoner

O la historia de un profesor de literatura. O la historia de un amor efímero y eterno a la vez. Es una de las novelas más bellas que he leído últimamente.

Su autor, John Williams, nos ofrece una historia sencilla, que no simple, con la técnica narrativa más elemental: ir contando, día tras día, año tras año, la vida de un personaje aparentemente anodino: «No superó el rango de profesor asistente y pocos estudiantes lo recordaron después de haber asistido a sus clases. […] Los colegas de Stoner, que no le profesaron una estima particular mientras vivió, hablan muy raramente de él ahora…» (p. 3).

Pero la historia de William Stoner queda profundamente grabada en el lector. Con prosa fluida y elegante, de una sobriedad casi pasmosa, Williams nos da una magistral lección de aquel famoso mostrar, no explicar, y de cómo con pocos trazos, finos y precisos, se puede retratar la esencia de toda una vida.

¿Hasta qué punto Stoner no es un alter ego de su creador? Williams afirma en el preámbulo de la novela: todos los personajes y hechos son ficticios. Pero uno se queda con la impresión de que detrás de la novela hay una experiencia vital, una reflexión sobre el mundo académico y sobre temas tan eternos como la muerte, el amor y la guerra.

Un amor y un desamor


Stoner es la historia de un amor. El joven aldeano que va a la universidad para estudiar agronomía se ve alcanzado, un buen día, por las flechas de un Cupido inesperado. Un curso de literatura y un profesor, viejo, geniudo y apasionado, hacen virar el timón de su nave. «Es amor, señor Stoner, dijo Sloane con jovialidad. Está enamorado, así de simple» (p. 20).

El joven Stoner se deja llevar por ese amor. El único que no le fallará a lo largo de su vida. El único que siempre le devolverá gratificaciones, incluso en los momentos más amargos. El que le hará vibrar y dará sentido a cuanto hace.

Paralelamente, conocerá otro amor, lleno de promesas y que desemboca rápidamente en un desengaño. Se enamora, como un romántico, de una joven delicada y frágil. Pero esas flechas serán traidoras. Tras un noviazgo lleno de vacilaciones, bastarán pocas semanas para que Stoner se adentre en la ciénaga de un matrimonio fracasado, donde el resentimiento y la inquina envenenarán sus intentos de sanar una relación herida de muerte.

Fruto de esta unión nace Grace, la niña que ilumina sus días mientras su madre se encierra cada vez más en su mundo. Stoner cuida y ama ese pequeño milagro: «…la contemplaba con asombro y amor mientras crecía ante él y su rostro comenzaba a mostrar la inteligencia que se despertaba en su interior» (p. 111).

Pero esta luz también será breve. Con el paso de los años, la madre querrá recuperar a su hija y la arrastrará hacia una vida vana y superficial, hecha de apariencias y convenciones. Grace se dejará arrastrar solo durante un tiempo, hasta que logre romper con su familia e iniciar una vida autónoma. La ruptura entre sus padres la marcará para siempre.

Y Stoner, el hombre sencillo, que ansiaba una vida sencilla, un trabajo vocacional y un amor sincero, se refugiará, cada vez más, en la literatura. El único amor que no le falla y que le hace sentir que, aún es «posible vivir, e incluso ser feliz, de vez en cuando» (p. 128).

La universidad


La experiencia universitaria es agridulce. Williams nos transmite la belleza del oficio de enseñar letras, pero no oculta las sombras del mundo académico, sus conflictos, las mezquindades, los favoritismos de los profesores hacia ciertos alumnos, las trampas y los odios larvados y sostenidos, la prevalencia de la mediocridad ambiciosa frente a la honradez.

A través del personaje de David Master lanza una cruel definición: la universidad es «un asilo, o ¿cómo lo llaman ahora?, una casa de reposo para los inválidos, los viejos, los insatisfechos y los incompetentes» (p. 30). «Es por nosotros que existe la universidad, para los desposeídos de la tierra; no para los estudiantes, ni para servir el propósito egoísta del conocimiento, ni por ninguna otra razón que oigas decir. Nosotros damos las razones […] pero todo es un colorante protector. […] tenemos que sobrevivir. Y sobreviviremos porque tenemos que hacerlo» (pp. 31-32).

En la novela afloran dos conceptos de educación. Aquella que aúpa los genios brillantes y audaces, expertos en una sola obra, la que prima la imaginación, el ingenio, el lustre de un día o de una máscara, frente a la vieja noción clásica de esfuerzo, disciplina y conocimiento arduo y amante de las materias. El enfrentamiento entre Stoner y su colega Lomax alcanza el clímax en el capítulo donde se relata la presentación de la tesis del joven protegido de Lomax. Incompetente hasta el ridículo, el aspirante es apoyado por su tutor y logra obtener su plaza en aras a un supuesto humanitarismo. Stoner topa con el poder de la retórica y la demagogia como armas de doble filo para modelar la verdad: «¡Cómo logras que parezca sensato! Es cierto, todo cuanto dices ha ocurrido, pero nada es verdad. No de la manera en que lo dices» (p. 170).

En este enfrentamiento, la integridad de la vieja escuela sale derrotada. Y las intrigas logran arrinconar a nuestro profesor y dificultarle su trabajo. Hoy hablaríamos de mobbing entre compañeros. Es entonces cuando Stoner comienza a morir, lentamente. «Una especie de letargo cayó sobre él…» (p. 178). Ese letargo amenazará su vida una y otra vez, es la sombra de la muerte en vida, la que roba la energía y ahoga el amor, también el amor a las letras.

Flor de un verano


Stoner vivirá, sin embargo, un breve período de primavera. Un amor efímero e intenso como flor de verano con una mujer con la que compartirá la gran pasión de su vida. Un amor en cuerpo y alma, carnal e intelectual, donde la comunión se da en el lecho y entre las páginas de los libros. El amor que sacará a ambos amantes de la nieve, el frío y el invierno en que viven. El que les hará olvidar, durante un tiempo, que  no hay ante ellos «nada que disfrutar y poco que recordar» (p. 181) y los llevará a celebrar la «fiesta de la vida».

Placer y aprendizaje: «Habían sido educados en una tradición que les decía que la vida de la mente y la vida de los sentidos estaban separadas y eran incluso enemigas; habían creído, sin haberlo cuestionado, que elegir una suponía sacrificar la otra. Nunca se les había ocurrido pensar que una podía intensificar la otra; y como su materialización llegó antes que el reconocimiento de la verdad, les pareció un descubrimiento que tan solo les pertenecía a ellos» (p. 199).

Pero ese universo hermoso y atemporal, ese mundo «a media luz en el que vivían y al que llevaban lo mejor de sí mismos» (p. 210) se ve acosado y derrumbado por la presión del mundo exterior, ese mundo agitado que se les antoja falso e irreal, pero que termina por envolverlos.

La división no es posible. Y el autor tampoco concede a sus personajes una vía de escape entre ambos mundos. Katherine es realista: no es el escándalo social, ni la ruptura familiar, ni los ataques de los colegas, su mayor amenaza. «Es simplemente la destrucción de nosotros mismos, de lo que hacemos» (p. 215).  Así termina un amor que nace condenado a morir. Williams nos relata esa muerte con un golpe maravilloso de concisión y sobriedad. Con rotunda elegancia, sin detenerse en llantos ni en sentimentalismos. Con delicada crueldad, si es que se puede aceptar la expresión.

Como lectora, me queda la duda y la rebeldía. ¿Es imposible ser uno mismo sin renunciar al amor? ¿No tenían otras alternativas? ¿Podían seguir siendo ellos mismos fuera de la universidad, del asilo, de ese mundo protector que los construyó y los hizo encontrarse? ¿No hubieran podido empezar de nuevo? Y esto me lleva más lejos. ¿Son realmente nuestras obras las que nos hacen? ¿Es la literatura la que hace a un profesor de literatura? ¿O hay algo más…?

Vanidad de vanidades


Como todo profesor de literatura, Stoner sueña con escribir y publicar un libro. Cumple su sueño. Con tiempo, trabajo, sin brillos ni espectáculo. Acaricia su pequeña criatura, casi con reverente temor: «Al principio se sintió muy orgulloso del libro; lo sostuvo en sus manos y acarició su tomo sencillo, volvió las páginas. Le pareció delicado y vivo, como un niño. […] Después de un tiempo se cansó de verlo, pero nunca dejó de pensar en su autoría sin una sensación de asombro e incredulidad ante su propia temeridad y la responsabilidad que había asumido» (p. 102).

Intentará escribir otro. Pasarán los años, los amores y los desamores. No publicará más. Perderá la ilusión. Al final de su vida el libro, ese libro publicado y recibido con amor, le acompañará en el último tránsito. Y caerá de sus manos yertas como hoja seca.

El ansia de publicar, de fructificar y dejar huella impresa en libros, anhelo de todo escritor, queda también cruelmente retratada. Todo pasa, todo caduca. Vanidad de vanidades…

Enseñar


Quizás algunos de los párrafos más brillantes de esta novela son los que describen el drama interno del profesor que se ve incapaz de transmitir lo que alberga dentro:

Aquellas cosas que conservaba en lo más profundo eran las más profundamente traicionadas cuando hablaba de ellas en sus clases; lo más vivo se marchitaba en sus palabras; lo que más lo conmovía más frío aparecía en su discurso. Y la consciencia de su inaptitud lo descorazonaba tanto que se convirtió en un sentimiento habitual, tanto como el encorvamiento de sus hombros (p. 112).

¿Cuántos maestros se habrán sentido así? Y pienso con cariño y nostalgia en mis profesores de lengua y literatura, que a menudo tenían que lidiar con una clase llena de jovenzuelos despistados y aburridos, reacios a dejarse enamorar por los libros... Pero, poco a poco, se inicia en Stoner un lento proceso de eclosión hasta que consigue abrirse y ofrecer ese tesoro.

…poco a poco comenzó a encontrarse menos perdido en su materia, hasta el punto de olvidarse de su inaptitud, de sí mismo, y hasta de los alumnos que tenía delante. De tanto en tanto se veía atrapado por el entusiasmo, tanto que tartamudeaba, gesticulaba e ignoraba las notas que normalmente guiaban sus clases. […] El amor por la literatura, por el lenguaje, por el misterio de la mente y el corazón plasmados en las diminutas, extrañas e insólitas combinaciones de letras y palabras, en la negra y fría tinta; el amor que había escondido como si fuera ilícito y peligroso, comenzó a mostrarse, primero tímido, después audaz y, por fin, orgulloso (p. 113).
Lo entristeció y a la vez lo animó el descubrimiento de lo que podía hacer; más allá de su intención, sintió que había estafado a sus alumnos y a sí mismo. Los estudiantes que había sido capaces de abrirse camino en sus cursos mediante la repetición de pasos mecánicos comenzaron a mirarlo con desconcierto y resentimiento; aquellos que nunca habían hecho un curso con él comenzaron a frecuentar sus conferencias y a saludarlo por los pasillos. Hablaban con mayor seguridad y sentía crecer dentro de sí una cálida y firme severidad. Sospechó que empezaba a descubrir, diez años tarde, quién era él; y la imagen que veía era más y a la vez menos de lo que había imaginado. Sentía que, por fin, estaba empezando a ser un profesor, un hombre para quien su libro es la verdad, un hombre poseedor de una dignidad artística que nada tenía que ver con su estupidez, su debilidad o su inaptitud como persona (p. 113)

Este descubrimiento lo cambia y cambia su vida. Los estudiantes, su esposa, sus colegas lo perciben. Las reacciones son diversas. Pero su vida no volverá a ser igual. El olvido de sí mismo, el dejarse poseer por aquello que ama, lo lleva a saborear algunos de los momentos más hermosos de una existencia simple, triste, oscura, alumbrada fugazmente por el fuego de las letras.

Nota: las citas están tomadas de la edición en inglés de The New York Review of Books, 2003. La traducción es de la autora de esta entrada.

Villaespino


«La vida en Villaespino es sencilla y apacible. Es agradable pasear en la tranquilidad de su oscuro bosque, hay niños muertos jugando en el parque... y tal vez encuentres los altares y círculos de piedras. Pero si escuchas los cánticos bajo la iglesia, mejor será que te alejes cuanto antes.
Ocho autores se embarcan en el peligroso proyecto de relatar lo que sucede en este aislado pueblo navarro. Una trama donde los errores del pasado, la codicia humana y el horror sobrenatural se entremezclan conformando un cóctel dramático e irresistible.»

Villaespino es una obra solidaria. Todo lo recaudado por su venta será destinado a la Fundación ARSIS, que se dedica a la ayuda de infancia y familias desfavorecidas, personas desempleadas y jóvenes.

Está disponible en versión digital y en papel. Con la compra de esta última se regala la versión digital. En este enlace podréis verla y adquirirla.

Dicen que donar para una obra humanitaria produce tanto placer como hacer el amor… Dicen. También dicen que la catarsis desencadenada por una novela de terror causa similares efectos en el cerebro. ¿Será cierto? Por si acaso, os invito a disfrutar de un doble gusto: ¡leedla, y ayudad a una buena causa!


Gracias a todos los autores: Jesús F. Alonso, Antonio Bazalo, Kela Carrasco, Xavier Carrascosa, Athman M. Charles, José C. Ibarz, Maite González,  Josué Ramos y al ilustrador Néstor Allende. Como parte de la Fundación ARSIS, no puedo menos que agradecer el enorme esfuerzo creativo que habéis hecho y vuestro deseo de no lucraros con su venta, sino darlo generosamente.

Antígona

«No nací para compartir el odio, sino el amor».

Son palabras de Sófocles en boca de Antígona, el más inmortal, quizás, de sus personajes. Palabras rotundas, salidas de un corazón ardiente, hasta en cosas que hielan, palabras que eran significativas en la Atenas del siglo V a.C. y que hoy resultan igual de certeras y dolorosamente actuales.

Estos días recordamos a Nelson Mandela, líder pacífico e inquebrantable que hizo del perdón su bandera. Las palabras de Antígona podrían sonar bien en sus labios, igual que en los de tantas personas que, calladamente, deciden vivir bajo el signo de la reconciliación. De Antígona se pueden hacer muchas lecturas: política, feminista, religiosa… La mujer rebelde que se enfrenta al tirano puede ser vista como el ciudadano despierto ante el gobierno opresor, como la libertad de conciencia ante el pensamiento autoritario, como la piedad familiar ante la deshumanización de la ley, como el valor de lo femenino ante la violencia patriarcal. Para muchos estudiosos de la tragedia, Antígona es la voz de Sófocles defendiendo la democracia ateniense frente al régimen monolítico de Esparta.


Pero hay una lectura aún más honda que estas. Antígona es una voz que penetra el tiempo y vence el paso de los siglos porque con unas pocas palabras nos está revelando lo más genuino de la naturaleza humana. Más allá de defender una comunidad, un estado, un ideal, Antígona está defendiendo el valor del amor por encima del odio. Aunque sabe que la victoria, aparentemente, se la llevará la muerte. Y sí, en la obra, como en toda tragedia clásica, mueren casi todos… salvo el apuntador. Un apuntador que, dolido y horrorizado ante sus propias decisiones, comprende que su triunfo es una amarga derrota. Antígona, muerta por defender el amor, se ha hecho inmortal. Y sus palabras siguen resonando…