Errores de una escritora novata


Estoy reescribiendo la segunda novela que escribí, hace más de doce años. Y en el ejercicio me sorprendo, a veces me enfado conmigo misma y no pocas veces me sonrío con indulgencia. ¡Qué poco sabía entonces! Doce años no son muchos, pero en la carrera de un escritor son un periodo que te ha permitido evolucionar. Lo suficiente como para reconocer los errores, fallos o flojedades de esos primeros tiempos. ¡Menos mal que nunca llegué a publicar esas novelas!

Qué ingenua fui creyendo que podría publicar una preciosa trilogía de fantasía épica, protagonizada por una mujer y un puñado de aventureros. Creí, quizás, que podría estar a la par de otros autores que han sobresalido en este género… ¡Ignorancia osada!

Pero, como ya dije hace varias semanas, quiero terminar de reescribir esta historia y publicarla, aunque sea por mi cuenta. Me lo debo porque es una historia especial. Las carencias de su escritura original no quitan valor al relato. Al menos para mí, tiene un sentido que no quiero perder.

Reescribiendo me topo con muchos fallos típicos de escritora novata. Si tú, lector, estás pasando esta época feliz de los primeros años de pasión literaria, aquí anotaré algunos, esperando que puedan servirte para evitarlos y superarlos. Y si ya eres un curtido veterano… espero que puedas reconocer algunos de ellos. Si no estás de acuerdo, te invito a comentar y discutirlo.

Nota: el estilo madura no sólo escribiendo mucho, sino, fundamentalmente, leyendo mucho. Si eres novel, lee. Lee no sólo lo que te gusta, sino a autores que te desafíen a salir de tu zona confortable y, una de dos: te asombren y fascinen, o… te obliguen a utilizar el diccionario.


Fallos típicos de un escritor bisoño


A la hora de escribir novelas o ficción (no otro tipo de libros).

1. Escribir como piensas. Es decir, traducir al texto tu pensamiento, tus ideas, tus expresiones propias, tu verborrea interior. Aunque lo hagas por medio de algún personaje. Estás narrando una historia, no escribiendo tu diario o tus memorias. Tu voz es la del narrador, no la de Fulanito-el-que-escribe. Y el narrador habla desde otra posición, desde un atril que no es el de la cotidianidad. El narrador no expresa tu manera de ser ni de pensar, el narrador hace magia con las palabras: crea un mundo, un ambiente, unos personajes… Se distancia del autor. Si quieres ser un mago, sal de ti mismo y olvídate de tu discurso.
Nota: esto vale también si eliges narrar en primera persona, adoptando la voz de un personaje o de varios. Quien narra es él, o ella, no tú. ¡No lo olvides!

2.     Incontinencia verbal. Demasiados escritores ―no sólo novatos― a mi ver derrochan palabras. Y cansan. Y a veces aburren. No se trata de ser tan parcos y escuetos que empobrezcamos el texto, pero sí de ahorrar palabras y frases inútiles o sobrantes. En el lenguaje oral solemos ser reiterativos y detallistas. En una narración escrita podemos abreviar, condensar y realzar. Para mí un ejemplo de esto es Valle Inclán. En su trilogía sobre la guerra carlista muestra de manera espléndida cómo componer un relato con las palabras justas, ágil e impactante, y no exento de belleza expresiva. ¿Quieres un ejemplo más “contemporáneo”? Lee a Baricco.

3.     ¡Cuidado con el discurso interno! Cuando escribimos lo que piensa, siente o recuerda un personaje ―sobre todo si es un protagonista o un personaje querido― pisamos sobre terreno resbaladizo. Es fácil acabar expresando lo que pensaríamos y sentiríamos nosotros. Pero ese personaje… no eres tú, amigo autor. Es él, o ella. Ponte en sus zapatos y hazlo verosímil. Piensa en su historia, su contexto, su carácter. Quítate de encima condicionantes morales, ideológicos, culturales o políticamente correctos… ¡Métete en su piel!

4.     Trabaja los diálogos. Son ágiles e importantes en la narración. Pueden ser los momentos culminantes, o pueden arruinar un relato. Un diálogo bien redactado no es el remedo de una conversación corriente como la que puedas mantener con tus amigos, tus vecinos o como las que oyes en los programas de televisión. Con el diálogo, como con la voz del narrador, has de crear magia. Aléjate de la cotidianidad y del lenguaje actual. Tampoco abuses de un lenguaje arcaico y recargado, a menos que la ocasión lo requiera. La magia es que parezca natural pero, al mismo tiempo, tenga el dramatismo necesario para enriquecer el relato con la emoción, la intriga o el suspense necesario. Si quieres que el diálogo enganche, no puedes desperdiciar palabras ni patinar con frases inútiles. Ni una palabra debe estar de más, ni una de menos. Cada frase debe aportar sentido, valor y dramatismo al relato. ¡Esa es su función! Si no es así, sobra.
Nota: tener esto en cuenta me ha llevado a eliminar diálogos enteros de mi novela… y a rehacer otros.

5.     ¿Sobran personajes? En una novela larga con muchos personajes puede ser que algunos caracteres secundarios ―con sus respetivos nombres― sean irrelevantes y estén de más. ¿Añaden algún valor al relato, o simplemente sobrecargan y aturden al lector? A la hora de reescribir, he eliminado algunos en mi novela. También es cierto lo contrario, si alguno tenía una especial relevancia y podía enriquecer el capítulo o la obra en general, le he dado más importancia. Incluso he creado algunos nuevos.  

6.     ¿Sobran episodios? Roland Bartrés en su Análisis del relato hablaba de las funciones cardinales, o hechos básicos que componen el núcleo del relato, y de las catálisis o hechos secundarios. Estos hilos argumentales pueden adornar o completar la trama pero, a veces, pueden ser como la hojarasca seca. Pueden sobrecargar por exceso, o despistar la atención de la trama principal, aunque a veces sea justamente esta la intención del autor, para crear suspense o efecto sorpresa. En fin, cuidado con las tramas secundarias. Son como los diálogos: si añaden valor y dramatismo, adelante. Si no… quizás haya que practicar una poda radical. (He podado unas cuantas ramas en mi novela, también).

7.     Buenismo literario. No sé cómo describirlo. Se me ha ocurrido esta expresión porque el buenismo es algo propio de nuestra cultura. Es ese afán por parecer amable, simpático, correcto, de-buen-rollo, acorde con los valores sociales que están en boga. Repetiré la expresión que usé antes: ser políticamente correcto. Admito que alguna vez también he caído en este fallo y me da rabia detectarlo. Ahora estoy siendo visceral y quizás me equivoque. Lo siento pero no. Nada de buenismo. Nada de moralizar. Una novela no es educación para la ciudadanía. En literatura buscamos otra cosa. Y más si estamos contando historias de otros tiempos, otros personajes y culturas algo remotas. La literatura se sirve en crudo. Queremos transmitir historias verosímiles de personajes de carne y hueso, inventados pero reales, sólidos, consistentes. Con sus contradicciones, ambigüedades, sombras y flaquezas. Los mitos no son buenistas. Los grandes relatos no llevan amortiguadores ni envoltorios de celofán. Ni siquiera los cuentos para niños. ¿Qué buenismo hay en la Caperucita Roja, en los Tres Cerditos, la Bella Durmiente o Barbazul? Hay envidias, hay odio, hay muerte y hay escenas crueles. Los cuentos de Grimm o de Andersen, los cuentos rusos o los cuentos de las Mil y Una Noches con los que muchos crecimos, por más que nos los presentaran con melifluas ilustraciones y “recortes”, no tienen nada de buenistas, ni de moralizantes. Son crudos y los niños los entienden. Una buena novela, sea “juvenil” o no, también.

De momento, aquí me detengo. Quizás escriba más sobre reescribir… o quizás no. ¡Ya veré!