Nadando bajo el agua

Escribir bien es como nadar bajo el agua y aguantar la respiración. Scott Fitzgerald.

Lo escribió en una carta a su hija Frances. ¿Podéis recordar lo que sentís cuando nadáis bajo el agua? ¿Cuando queréis cruzar una piscina, buceando, sin salir una sola vez a respirar…?

Para mí es una experiencia hermosa y retadora. Pide lanzarse con decisión, tomar el aire justo y dosificarlo con precisión, manteniendo un tenso equilibrio que se mezcla con el placer, gozoso, de deslizarse bajo el líquido y sentir cómo tu cuerpo lo hiende, veloz y vigoroso.

Pide fuerza y pide balance, arrojo y contención, energía y sutileza. Para poder desplazarse con ligereza y con movimientos mínimos, limpios, sin el más mínimo derroche.

Nadar bajo el agua y contener el aliento... Un gozo y una lucha, donde no valen los movimientos en falso, ni las torpezas. Así es la escritura. Un arte que, como todos, pide disciplina y pasión.

Mujeres de radio

Antaño, cuando comprar libros o acceder a una biblioteca no estaba al alcance de todo el mundo, la literatura también se difundió por la radio. Teatro leído, novelas, poesía… cuántas horas amenizadas, cuánto tiempo no matado, sino preñado de magia y hondura, llenaron las voces de esos bardos invisibles que resonaban tras la rejilla de un viejo transistor.

Hubo, hace noventa, años, una generación de mujeres de radio. Fueron las pioneras, la primera hornada de locutoras que regalaron su voz y su talento a las emisoras que se iban abriendo en diversas ciudades españolas. Eran los años de la segunda república, años de libertad y expansión cultural, años de oportunidades en los que muchas mujeres podían soñar en estudiar, viajar y llegar tan lejos como sus sueños las empujaran.

Hoy, un libro, Dones de ràdio, recuerda a estas primeras mujeres de la radio en Cataluña. Y entre ellas me emociona leer un nombre: Montserrat Parés, la primera locutora de Radio Tarragona.

Madre de mi madre, mente inquieta y lectora voraz, fue ella la que más tarde inculcó el amor a la lectura a su hija, quien, a su vez, lo contagió a mí y a mis hermanas… Gran comunicadora, actriz graciosa, de voz firme y aterciopelada, era una estudiante de quince años cuando se atrevió a presentarse ante el director de la emisora y con su inigualable mezcla de desparpajo y candor le preguntó si necesitaban una voz femenina.

Soñaba estudiar farmacia. Soñaba viajar a países lejanos. Alguna vez le pasó por la cabeza ser misionera. Amaba leer, declamar, dialogar. Era bella con el frescor de una mujer de la tierra ―había nacido en un pueblo pequeño del campo de Tarragona―, pero poseía el glamour de una joven cosmopolita, ávida de saber y experiencia.

La guerra dio al traste con sus sueños. Se casó, se fue a vivir a una aldea entre montañas, tuvo cuatro hijos… Su voz se quedó en el hogar. Sus hijos y sus nietos pudimos disfrutarla, contando relatos, explicando anécdotas, recitando versos. Cantándonos canciones antiguas de la tierra que amaba. Algo de su corazón se quedó ahí, enterrado bajo las ruinas de una guerra que abrió heridas muy hondas. Nosotros, los que hoy recordamos, somos hijos de esa historia manchada en sangre. No somos hijos de los sueños, sino de la cruda realidad.

Hoy, 90 años después, Caterina Albertí publica un libro en memoria de estas mujeres que prestaron su voz a un pedazo de la historia. Este es mi pequeño homenaje, con cariño especial hacia la que ha marcado mi vida. Y sí, también mi vida de sueños y de letras.

Enlace al libro: aquí.

Radio Tarragona, el director y su primera locutora en el año 1933.

Y esta es una foto de Montserrat Parés, recién casada.