El extraño caso de Judy Bolton

De regreso de vacaciones, y para calentar motores, os presento un “extraño” caso para resolver… aunque mejor diría para debatir. ¡Tema espinoso! Se trata del caso de la desaparición de Judy Bolton de la escena literaria, a finales de los años sesenta.

Quizás muchos no sepáis quién es Judy Bolton. Fue una de las heroínas de mi infancia, y supongo que la de muchas otras lectoras adolescentes de hace unas cuantas décadas.

Un día, buscando información sobre la serie de libros que mis amigas y yo devorábamos a pares, di con esta historia, que os invito a leer a los que os defendéis con el inglés:
http://en.wikipedia.org/wiki/Judy_Bolton_Series

A los que no, os resumo el tema. Judy Bolton es una jovencita que resuelve misterios, ayudada por sus amigos y su gato Blackberry. La serie de novelas protagonizadas por Judy, escritas por Margaret Sutton, tuvo un notable éxito en el mercado literario (4 millones de libros vendidos en USA), llegando a rivalizar con otra célebre heroína: Nancy Drew, una especie de antecesora de Lara Croft en versión sesentera.

Según los críticos, Judy es un personaje más realista que Nancy, sus historias tienen un contenido social más acusado y resulta más próxima a la clase media trabajadora. No trabaja en solitario, cuenta con sus amigos y parentela, ¡incluso se casa! (algo inusual en los personajes de su estilo), vive en un entorno relativamente normal y posee un carácter complejo, emotivo, con dudas y vacilaciones. A su lado, Nancy Drew es una brillante superdotada, independiente y perspicaz, hija de millonario, que se desplaza en su descapotable y a la que nunca le faltan dinero ni recursos para viajar por todo el mundo y resolver sus casos. Digamos que es un modelo de super-chica casi inalcanzable pero, quizás por esto, muy atractivo. Según dicen, inspiró a generaciones enteras de mujeres americanas, entre ellas a primeras damas como Hillary Clinton.

A todo esto hay que decir que Nancy fue creada por el editor Edward Stratemeyer, pero sus aventuras fueron narradas por un batallón de “negros” o, como dicen en inglés, “ghost writers” —¡me encanta la expresión!— bajo un mismo seudónimo, Carolyn Keene. Por cierto, estaban mejor pagados que muchos periodistas.

Judy Bolton y Nancy Drew convivieron durante años en el mercado literario hasta que en 1967 la serie de Judy se interrumpió y desapareció del mapa. Según afirmaba su autora, la “mataron” debido a la presión de Stratemeyer, que deseaba reducir la competencia sobre Nancy Drew.

Fin. Esta es la historia. Me sorprendió, me dejó pensativa un buen rato y ahora me pregunto: ¿se dan muchas muertes así en el mundo de la literatura? ¿Es posible matar o impedir la difusión de una obra a favor de otra cuyos promotores desean mayor cuota de mercado? ¿Ocurre muy a menudo? ¿Quién tiene el poder? ¿Son las leyes del mercado —o las leyes del más fuerte— las que rigen en el mundo editorial? ¿Quién dicta lo que tiene éxito, lo que “sale” y lo que no?

A lo mejor tendremos que “estudiar” cómo está el patio y aprender qué interesa vender y qué no a los grandes lobbys mediáticos de nuestro país, que son, en el fondo, los que mandan.

Yo sigo pensando: ¡Lectores del mundo entero, levantad vuestra voz!

Bueno, para los fans nostálgicos, sabed que Applewood Books decidió en 2004 reeditar la serie y añadir algún libro más inédito. Lástima que Margaret Sutton muriera en 2001 y no pudiera verlo.

Si os gusta hurgar en las antigüedades, podéis echar un vistazo a la web.

La sintaxis del alma

Algunos colegas del foro ya saben que últimamente ando leyendo Las palabras de la tribu, de Paco Umbral. A ramalazos y en desorden, porque ese libro apasionado, de pluma brillante, mordaz y certera, no puede leerse en frío. Al menos a mí me sucede así. Desde que le hinqué el diente a las primeras páginas que abrí, al azar, he buscado los capítulos dedicados a los autores que más me llamaban, o he dejado que el revuelo de hojas me llevara a devorar un nuevo capítulo o párrafo sorprendente.

No recomiendo esta forma de leer a nadie, por supuesto… pero así es como estoy saboreando este plato fuerte de memoria y crítica literaria, parcial, encendida e incendiaria, que abofetea los tópicos y me está abriendo puertas a una visión mucho más profunda —y más mágica, si se me permite la palabra— de la literatura.

En fin, antes de irme de vacaciones he decidido compartir con los visitantes de este blog algunos de los párrafos que más me han sacudido por dentro. Pertenecen a un capítulo titulado “Hidalgos y señorucos”, en el que compara a cuatro célebres escritores que figuran en todos los planes de estudio de literatura, al menos en España. ¿Hidalgos y señorucos? Ved, ved qué dice… (los realces son míos)

“De cuanto llevamos escrito se deduce que todo el 98 podría dividirse en hidalgos y señorucos. [Aquí omito a quiénes considera él hidalgos y a quiénes señorucos, quien quiera saberlo… que lea el libro o me lo pregunte en privado] Por hidalgo entiendo yo ahora el escritor y el hombre que ha puesto su vida y su obra, ya de entrada, a un nivel alto, de exigencia y estética, en conexión directa con las grandes corrientes de la Historia. El escritor que no quiere limitarse a hacer una novela o unos poemas, sino que aspira a sustituir el mundo, según dijimos a propósito de Balzac. […]

La genialidad de una obra, pues, es anterior a la obra misma, está en el propósito, en la ambición, en la grandeza con que se concibe esa obra. Todo ello es voluntad de poder, pero es que un escritor sin voluntad de poder se queda en un estilista o un chismoso. En otros libros he cantado y contado la «escritura perpetua», que es como llamo a cierto modo de concebir la escritura: la escritura como alienación, la literatura como enfermedad, la obra como crimen.

[Los dos autores citados] son dos ejemplos clásicos de escritura perpetua. Su hidalguía, el ser «ser hijos de algo» se la da el que se hacen hijos de su obra, servidores de ella, y de la nobleza y locura del empeño les viene la hidalguía, como a Don Quijote, que es caballero andante antes de echar a andar…

[…] Paul Valéry dijo que «la sintaxis es una facultad del alma», y yo lo he repetido mucho. A uno le interesa sobre todo el estilo de un escritor, y no sólo por estética, sino porque en el estilo está la pulsación interior de ese hombre, «la facultad del alma», la sintaxis de su vida.”