Feliz Navidad, escritores y navegantes

Cierro el año con esta entrada, deseando a todos unas buenas fiestas y mucho ánimo para el año que comenzamos. Me despido con unos fragmentos de Sartre:

«Este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí... Y ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que sonríe».

«¿Hay algo más conmovedor para el corazón de un hombre que el comienzo de un mundo, que la incipiente juventud, que el comienzo de un amor...? En este establo se levanta una nueva mañana... En este establo ya ha amanecido... Millones de años después de la creación, en este establo, se levanta, con la tenue claridad de un pabilo, la primera mañana del mundo».

Jean Paul Sartre, Barioná, el hijo del trueno (1940).

Gracias a todos, amigos, visitantes, navegantes que os dejáis caer por aquí... ¡Feliz Navidad!

Confía en ti

«Creo en mí, porque algún día seré todas las cosas que amo». Esta frase de Luis Cernuda es otra perla que me regaló Ana María Matute en su entrevista. Me decía que, para perseverar en la escritura, más que paciencia era necesaria la convicción. ¡Y casi se enfadó cuando le confesé que mi fe era a veces vacilante! Cuando le hablé de mis dudas acerca de lo que escribía, exclamó: «¡Cuando se empieza es cuando hay que tener más fe! En el momento en que te lanzas y escribes, debes pensar que eso es lo mejor de ti. Además, te gusta, lo quieres hacer… ¿Qué más quieres?»

Esas frases se me quedaron grabadas. Cuando me despedí de ella y salí a la calle, una tarde oscura de invierno, lluviosa, me iban resonando como aldabonazos en la mente. Cree en ti. Puedo ser mejor o peor escritora… ¿pero no es verdad que, en cada momento, mientras escribo, estoy dando lo mejor que tengo?

Mi fe en mis propias obras ha flaqueado muchas veces más, después de ese día. Supongo que es la duda propia del adolescente ―como escritora, que no como mujer, aún soy muy joven―. Pero cuando recuerdo esas palabras, los miedos y las vacilaciones se van volando. Y me lanzo a escribir dejándome llevar por el entusiasmo. Todo lo contrario del miedo paralizante. ¡Coraje! Esta es, creo, otra de las virtudes necesarias para escribir.

Si queréis escuchar la entrevista, aquí podéis descargarla.