Antes que psicoanalista de la escuela junguiana, Clarissa Pinkola Estés
se define a sí misma como poetisa, cantadora
y contadora de cuentos. Esta es su visión sobre el cuento. El cuento
fantástico, el cuento sin autor o de mil autores, el cuento que se pasa de una
generación a otra y que sobrevive a milenios de historia y olvidos…
A mis ojos, las historias son una medicina.
...Siempre que se narra un cuento se hace de noche. Dondequiera que esté la casa, cualquiera que sea la hora, cualquiera que sea la estación, la narración del cuento hace que una noche estrellada y una blanca luna se filtren desde los aleros y permanezcan en suspenso sobre las cabezas de los oyentes. A veces, hacia el final del cuento, la estancia se llena de aurora, otras veces queda un fragmento de estrella o un mellado retazo de cielo de tormenta. Pero cualquier cosa que quede es un don que se debe utilizar para trabajar en la configuración del alma…[...] A mi juicio, el cuento, en todas las modalidades posibles, solo puede ser fruto de un considerable esfuerzo intelectual, espiritual, familiar, físico e integral. Nunca brota fácilmente. Nunca «se recoge» o se estudia en los ratos libres. Su esencia no puede nacer ni se puede mantener en la comodidad del aire acondicionado, no puede alcanzar profundidad en una mente entusiasta pero no comprometida y tampoco puede vivir en ambientes sociables pero superficiales. El cuento no se puede «estudiar». Se aprende por medio de la asimilación, viviendo cerca de él con los que lo conocen, lo viven y lo enseñan, mucho más en las tareas de la vida cotidiana que en los momentos visiblemente oficiales. [...]
La beneficiosa medicina del cuento no existe en un vacío. No puede existir separada de su fuente espiritual. No se puede tomar como un simple proyecto de mezcla-y-combinación. La integridad del cuento procede de una vida real vivida en él. El hecho de haber sido educados en él confiere al cuento una luz especial.Las citas son de Mujeres que corren con lobos, «Conclusión: el cuento como medicina».
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