Era
mi película favorita. Pero nunca había leído la novela de Isak Dinesen (seudónimo
de la baronesa Karen Blixen) en la que se inspiró. Hace poco leí una crítica de
esta obra en una revista y sentí el impulso de comprarla y leerla. Entré en
Amazon y en pocos minutos tuve descargadas en mi Kindle Memorias de África y Sombras
en la hierba.
Apenas comencé a leer quedé cautivada. Y comprendí mejor la
crítica que había leído. No es simplemente que la novela supere al cine, es que
la novela… es una obra completamente distinta a la película. Siendo el filme
una obra de arte, la novela es otra historia. La verdadera protagonista, y el
verdadero tema, que late en cada una de sus líneas, no es la baronesa Blixen,
ni su romance con Denys Finch-Hatton, ni su lucha por tirar adelante su granja
y su cafetal. La heroína, el tema y la fuerza motora de la novela es África, y
es su gente, sus nativos y sus inmigrantes. Los personajes que en la película
quedan en un segundo plano, casi desdibujados, en la novela cobran un
protagonismo indiscutible. Es la autora la que se retira para ceder el paso a
la tierra, al paisaje, a los kikuyus y a los masai, a los somalíes, a los
indios, a los misioneros y a los animales.
Está escrita con una elegancia difícil de igualar. Con la dosis
justa de lirismo, las pinceladas justas de introspección, la distancia precisa
entre el desapego y la emoción. Muestra con la objetividad de un fotógrafo, jamás
cae en sentimentalismos ni en efusiones apasionadas, pero tampoco renuncia a la
subjetividad. Juan Eslava Galán suele decir, hablando del ego del escritor, que
la sombra del hortelano molesta en la
huerta. Karen Blixen, siendo autora y narradora a la vez, no arroja su
sombra sobre las colinas de Ngong… aunque su presencia se hace sentir en la
novela. Es subjetiva, claro que lo es, pero no se nota. Su voz está presente en
toda la novela, pero no hace ruido.
Me fascina cómo relata una historia de amor sin utilizar la
palabra amor más que en una ocasión,
y casi como de pasada, como si se le hubiera deslizado. ¿Cómo explicar un
romance sin la palabra beso, sin el verbo enamorarse, sin abrazos y sin sexo?
¿Cómo hablar de una pasión profunda sin recrearse en uno mismo? ¿Cómo contar
sin contar, mostrando sólo lo externo, lo que cualquier observador podría ver,
sin revelar el secreto de una intimidad ardiente?
Hizo de mi casa su
hogar. Cazaban juntos, sobrevolaban juntos la sabana y las colinas, cenaban
juntos, escuchaban música, conversaban… y planearon juntos el lugar donde querían
ser enterrados al morir. Vamos a ir hasta
nuestras tumbas. Con vistas al Kilimanjaro y al monte Kenia, a las colinas,
a la llanura y a la granja que asomaba entre el arbolado.
Una tumba en las colinas. Donde un león y una leona acuden
cada atardecer a otear la pradera. Una tumba bajo la hierba y una hilera de
piedras blancas. Mecida por el viento bajo el sol de África. La tierra que, dejándose
explorar, hechiza, posee y se infiltra en la sangre. Ahora esta tierra lo recibía, lo tomaba a su cargo y se unía a él.
Memorias de África
seguirá siendo, pese a todo, una de mis películas favoritas. Ahora la novela
también será una de mis novelas preferidas. Una de esas pocas a las que, de
tanto en tanto, me gustará volver.
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