He meditado antes de colgar esta entrada… Finalmente, me he decidido, porque tal vez a más de uno le suceda algo semejante, alguna vez. Ese día, si habéis leído esto, quizás recordaréis que no estáis solos y que la carrera del escritor está jalonada de nubes y sombras que no toca más remedio que afrontar.
¿Alguna vez habéis pensado que escribíais algo estupendo o, por lo menos, digno de ser publicado, y al cabo de un tiempo alguien os hace ver que vuestra “obra de arte” es, en realidad, un completo desastre?
¿Habéis encontrado lectores con opiniones totalmente distintas sobre alguno de vuestros escritos que os hacen dudar y replantearos todos vuestros esquemas?
Bueno, pues esto me ha sucedido con una de mis novelas. De entrada, diré que es una novela con lagunas y fallos, de eso siempre fui consciente, pero que en la agencia gustó y al menos a tres lectores también. Entonces la di a leer a un buen amigo, escritor, de cuyo criterio me fío bastante, y él tuvo el gran gesto de enviarme una crítica muy sincera, detallada y razonada.
Se me cayó el alma a los pies, tanto, que decidí escribir a Sandra Bruna para que retiraran esa novela de circulación. Por algún motivo, me demoré unos días…
Y llegó la fiesta de la agencia.
Fue el jueves pasado, en el Patio Manning de Barcelona, en pleno centro histórico de la ciudad. Lo mejor de esa fiesta fue conocer en persona a dos compañeros de agencia, Teo Palacios y Lola Mariner, con los que pasé un gran rato, y con quienes hubiera estado mucho más tiempo charlando...
Bueno, en esta fiesta —ya contaré más cosas en otros posts— también conocí a Joan Bruna, padre de mi agente, y el primero que leyó la novela en cuestión y la recomendó. Apenas me lo presentaron, él dijo: “Ah, eres la autora de… (y mencionó el título de la novela)”. Yo le respondí, haciendo de tripas corazón, que sí, y le pregunté qué le había parecido. “Muy buena. ¡Tienes que escribir una segunda parte!” Cuando le dije que estaba pensando pedirles que se olvidaran de ella, me respondió: "¡Eso no me lo digas ahora! Si quieres, quedamos un día, tomamos un café tranquilamente y hablamos de la novela".
Ya os podéis imaginar que, en ese momento, detrás de mi sonrisa de circunstancias, mi cabeza era un remolino. ¿Qué pensar?
Desde entonces, nado entre dudas existenciales… Sí, quedaré con él un día. Sí, hablaremos. Quizás valga la pena volver sobre el manuscrito, revisarlo, mejorarlo, darle más consistencia. Uno de los problemas que le ve Joan Bruna a la obra es cómo clasificarla, pues no encaja exactamente ni como juvenil ni como literatura de adultos.
Otra buena amiga, que también la leyó, me ha dado una idea luminosa, que se aparta de esos clichés y sitúa la novela en otro género en el que, quizás, los problemas que ahora presenta no serían tales. En fin, no contaré más por ahora.
Jamás pensé que pediría a la agencia que retirara una novela mía. Y hasta ahora no me he encontrado en un dilema semejante ni en tal confusión de pensamientos acerca de mis propias obras. Confío aprender algo nuevo después de este tumulto interior. De entrada, ha sido un baño de humildad, pues cada día que pasa soy más consciente de mis carencias como aspirante a escritora —ya no me atrevo a calificarme como tal— y comprendo, más que nunca, aquellas palabras de mi mentora, Montse Rico, el primer día que hablamos: “Para hacerse un escritor se necesitan al menos diez años”.