«A Donald Trump no le gusta leer»

Comparto un artículo de Jordi Nadal, presidente de Plataforma Editorial. Ha sido publicado en La Vanguardia el día 2 de febrero y me parece de lectura imprescindible.

Reproduzco aquí el texto con autorización del autor. ¡Gracias!

A Donald Trump no le gusta leer


Así reza uno de los provocativos carteles de la cadena de librerías alemana Thalia, que factura la friolera de más de 700 millones de euros anuales. La campaña está encabezada por el lema “Mundo, mantente despierto” ( Welt, bleibt wach) y, entre otras propuestas sorprendentes y provocativas como la que encabeza este artículo, hay otras ideas poderosas como “Apaga la Manzana, enciende la Pera” jugando con el logo de Apple y la idea de la bombilla como luz y mente.

Cuando le preguntaron al consejero delegado y socio de Thalia, Michael Busch, sobre el porqué de un lema global tan grande, contestó: “Está claro que como sector editorial no podemos resolver las grandes cuestiones políticas. Pero podemos realizar una aportación. Veo tres puntos esenciales: en primer lugar, debemos preocuparnos de que la discusión pública no sea cada vez más super­ficial, porque la superficialidad es tierra abonada para el radicalismo. En segundo lugar, debemos analizar en profundidad los problemas que deben ser correctamente identifi­cados. Los libros sirven para ello y las editoriales han aportado mucho (…) Y en tercer lugar, debemos conseguir que la lectura y el libro vuelvan a entrar con fuerza en la conciencia de las personas”. 

¿Quién dijo que no se leen libros y que estos no son poderosos? ¿Cómo se podría sintetizar de un modo claro y emblemático en qué consiste el trabajo de editor? Editar es avanzar.

Avanzar porque leer es crecer, es alimentar la curiosidad, es dotar a nuestra mente y nuestras emociones de mayores circuitos y recursos. La mayor diferencia entre la mente de un niño educado en una familia rica o pobre estriba en las palabras que conoce. Una mente pobre no tiene palabras. Y una mente rica tiene un universo de palabras que, a su vez, combinadas y hechas propias, se convierten en la llave maestra que abrirá buena parte de las puertas y situaciones que te presenta la vida.

Juan José Millás nos recordaba que la realidad está hecha de palabras, de modo que quien domina las palabras domina la realidad. Por eso sentimos como un regalo absoluto el haber descubierto los libros y la lectura. Por muchísimas razones: podemos leer porque queremos alimentar nuestra curiosidad, porque queremos crecer, porque queremos evadirnos, porque queremos entender otras ­cosas y otras personas y culturas, porque ­queremos escuchar otras vidas.

Las razones son muy diversas y podrían englobarse en aquella frase que le dijo una vez un niño a un escritor infantil: “Leer es querer que el mundo no se acabe nunca”. Leer es la manera de explorar lo que no sabemos, lo desconocido y lo que te permite entender la complicada interacción de las cosas.

Cuando un autor argentino intentaba convencer a unos alumnos de bachillerato, inapetentes a su discurso, sobre las bondades de la lectura, los primeros intentos del autor le salían blandos, y los jóvenes no parecían hacerle mucho caso, pero llegó el momento que, ante esa audiencia concreta, el autor pronunció las palabras mágicas: “Muchachos, lean para que no les caguen”. Capturó su atención cuando les invitó a que lean para que sean ellos los capitanes de su destino. Para que no sean actores secundarios de su vida.

Lo dijo de otra forma una actriz de varietés cuando le preguntaron qué pensaba sobre las ventajas de la lectura. La vedette lo expresó así: “Yo siempre le digo a mi hija: ‘Estudia, hija mía, estudia, que, con el tiempo, te caen las tetas, pero no la cabeza’”. Es decir, leer frente a la fuerza de la gravedad.

Sin lectura no hay profundidad de campo, ni contraste, ni matices. Sin lectura caemos fácilmente en el fanatismo. Ya saben, fanático es aquel que no quiere cambiar ni de tema ni de opinión. Los fanáticos leen poco o mal. Sin lectura, triunfan con naturalidad el tuit y el odio. Leer, además, es reparador y sano. Leer –cada día hay más estudios científicos que lo avalan– es bueno para la salud. Los lectores viven dos años más de promedio. Leer es una manera limpia de disfrutar la vida. Disfrutarla como forma superior de búsqueda para aprender a gobernar un poco mejor, con ­humildad y agradecimiento, una vida propia en libertad.

Un estudio PISA revelaba que, más allá de los indicadores de lugares, países, etcétera, y las competencias lectoras, una casa con menos de 20 libros es indicio fiable de un más que casi seguro fracaso escolar y, en cambio, una casa con más de 200 libros equivale casi seguro a éxito académico. A tres años más de estudios.

Si esto es así de contundente, ¿no sería hora de que Ikea, que ha vendido más de 60 millones de estanterías Billy en 38 años, la rebau­tice con el nombre de PISA y nos invite a que esas estanterías –u otras de otras empresas que hagan estanterías– se llenen de libros (de futuro) y se nos invite a aprender y a disfrutar más?

Por eso los libros nos facilitan algo que es sumamente raro –hoy y siempre–: una conversación verdadera. ¿Cuánto tiempo hace que no hemos tenido una? Muchas cosas esenciales en la vida las podemos leer en esas simples páginas que encierran la verdad última de un autor y su mundo.

Cuando leí a Elena Ferrante y su maravillosa saga Dos amigas, abrí una tetralogía con la que viví algunos de los mejores momentos de mi vida. Y sentí con absoluta claridad que nunca me habría podido ser más entregado el ser testigo íntimo de unos universos femeninos tan poderosos. Es de lo mejor que me ha pasado en una década lectora.

Cada lector tiene la oportunidad, única  intransferible, de ser el dueño de un mundo cuando se sumerge en la intimidad de la lectura, y, como dijo magis­tralmente el gran autor C.S. Lewis, “leemos para saber que no estamos solos”.


Publicado en La Vanguardia, 2 de febrero de 2019


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