A Donald Trump no le
gusta leer
Así reza uno de los provocativos carteles de la
cadena de librerías alemana Thalia, que factura la friolera de más de 700
millones de euros anuales. La campaña está encabezada por el lema “Mundo,
mantente despierto” ( Welt, bleibt wach) y, entre otras propuestas
sorprendentes y provocativas como la que encabeza este artículo, hay otras
ideas poderosas como “Apaga la Manzana, enciende la Pera” jugando con el logo
de Apple y la idea de la bombilla como luz y mente.
Cuando le preguntaron al consejero delegado y socio
de Thalia, Michael Busch, sobre el porqué de un lema global tan grande,
contestó: “Está claro que como sector editorial no podemos resolver las
grandes cuestiones políticas. Pero podemos realizar una aportación. Veo tres
puntos esenciales: en primer lugar, debemos preocuparnos de que la discusión
pública no sea cada vez más superficial, porque la superficialidad es tierra
abonada para el radicalismo. En segundo lugar, debemos analizar en
profundidad los problemas que deben ser correctamente identificados. Los
libros sirven para ello y las editoriales han aportado mucho (…) Y en tercer
lugar, debemos conseguir que la lectura y el libro vuelvan a entrar con
fuerza en la conciencia de las personas”.
¿Quién dijo que no se leen libros y que estos no son
poderosos? ¿Cómo se podría sintetizar de un modo claro y emblemático en qué
consiste el trabajo de editor? Editar es avanzar.
Avanzar porque leer es crecer, es alimentar la
curiosidad, es dotar a nuestra mente y nuestras emociones de mayores
circuitos y recursos. La mayor diferencia entre la mente de un niño educado
en una familia rica o pobre estriba en las palabras que conoce. Una mente pobre no tiene palabras. Y una mente rica
tiene un universo de palabras que, a su vez, combinadas y hechas propias, se
convierten en la llave maestra que abrirá buena parte de las puertas y
situaciones que te presenta la vida.
Juan José Millás nos recordaba que la realidad está
hecha de palabras, de modo que quien domina las palabras domina la realidad.
Por eso sentimos como un regalo absoluto el haber descubierto los libros y la
lectura. Por muchísimas razones: podemos leer porque queremos alimentar
nuestra curiosidad, porque queremos crecer, porque queremos evadirnos, porque
queremos entender otras cosas y otras personas y culturas, porque queremos
escuchar otras vidas.
Las razones son muy diversas y podrían englobarse en
aquella frase que le dijo una vez un niño a un escritor infantil: “Leer es
querer que el mundo no se acabe nunca”. Leer es la manera de explorar lo que
no sabemos, lo desconocido y lo que te permite entender la complicada
interacción de las cosas.
Cuando un autor argentino intentaba convencer a unos
alumnos de bachillerato, inapetentes a su discurso, sobre las bondades de la
lectura, los primeros intentos del autor le salían blandos, y los jóvenes no
parecían hacerle mucho caso, pero llegó el momento que, ante esa audiencia
concreta, el autor pronunció las palabras mágicas: “Muchachos,
lean para que no les caguen”. Capturó su atención cuando les
invitó a que lean para que sean ellos los capitanes de su destino. Para que
no sean actores secundarios de su vida.
Lo dijo de otra forma una actriz de varietés cuando
le preguntaron qué pensaba sobre las ventajas de la lectura. La vedette lo
expresó así: “Yo siempre le digo a mi hija: ‘Estudia, hija mía, estudia, que,
con el tiempo, te caen las tetas, pero no la cabeza’”. Es decir, leer frente
a la fuerza de la gravedad.
Sin lectura no hay profundidad de campo, ni
contraste, ni matices. Sin lectura caemos
fácilmente en el fanatismo. Ya saben, fanático es aquel que no
quiere cambiar ni de tema ni de opinión. Los fanáticos leen poco o mal. Sin
lectura, triunfan con naturalidad el tuit y el odio. Leer, además, es
reparador y sano. Leer –cada día hay más estudios científicos que lo avalan–
es bueno para la salud. Los lectores viven dos años más de promedio. Leer es
una manera limpia de disfrutar la vida. Disfrutarla como forma superior de
búsqueda para aprender a gobernar un poco mejor, con humildad y
agradecimiento, una vida propia en libertad.
Un estudio PISA revelaba que, más allá de los
indicadores de lugares, países, etcétera, y las competencias lectoras, una
casa con menos de 20 libros es indicio fiable de un más que casi seguro
fracaso escolar y, en cambio, una casa con más de 200 libros equivale casi
seguro a éxito académico. A tres años más de estudios.
Si esto es así de contundente, ¿no sería hora de que
Ikea, que ha vendido más de 60 millones de estanterías Billy en 38 años, la
rebautice con el nombre de PISA y nos invite a que esas estanterías –u otras
de otras empresas que hagan estanterías– se llenen de libros (de futuro) y se
nos invite a aprender y a disfrutar más?
Por eso los libros nos
facilitan algo que es sumamente raro –hoy y siempre–: una conversación
verdadera. ¿Cuánto tiempo hace que no hemos tenido una? Muchas cosas
esenciales en la vida las podemos leer en esas simples páginas que encierran
la verdad última de un autor y su mundo.
Cuando leí a Elena
Ferrante y su maravillosa saga Dos amigas, abrí
una tetralogía con la que viví algunos de los mejores momentos de mi vida. Y
sentí con absoluta claridad que nunca me habría podido ser más entregado el
ser testigo íntimo de unos universos femeninos tan poderosos. Es de lo mejor
que me ha pasado en una década lectora.
Cada lector tiene la
oportunidad, única intransferible, de ser el dueño de un mundo cuando se
sumerge en la intimidad de la lectura, y, como dijo magistralmente el gran
autor C.S. Lewis, “leemos para saber que no estamos solos”.
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