Lo dice una señora de ochenta años, enferma del corazón, que
vive sola y se levanta cada día con esfuerzo, capeando los dolores que aquejan
su cuerpo.
La vida es bonita, dice.
Y le brillan los ojos. Sus hijos viven lejos, ocupados con
trabajos y niños. Camina despacio por la calle, con su abrigo y un pañuelo de
seda al cuello. Lleva pendientes y se maquilla con discreción.
Si algún día no vengo, es que me he muerto, le dice al cura
de su parroquia. Ya me diréis una misa. Sonríe. Pero no quiero morirme todavía.
¡La vida es bonita!
¡La vida es bonita!
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