Hace doce años terminé de escribir mis tres primeras
novelas. Una trilogía voluminosa que no he llegado a publicar, pero que me
gustaría ver convertida en libros, algún día.
Como toda opera prima, pasados unos años la releí y me di
cuenta de que así, tal como estaba, no quería publicarla, ¡de ninguna manera! Y
me lancé a reescribir. He reescrito la primera parte, ahora estoy con la
segunda. Puedo afirmar que reescribir es mucho, mucho más duro que escribir.
¿Por qué? Porque es mucho más que contar la misma historia,
pero de otra manera. Es mucho más que pulir, corregir, mejorar, enriquecer. Es…
¡escribir otra historia! Aunque los personajes y los hechos sean los mismos. Con
el escollo de que te topas con el texto original, que a veces te impone
barreras, pero otras veces te inspira. Quisieras empezar de nuevo, pero hay párrafos
y diálogos que sabes que tienes que rescatar. Y no quieres que tu nueva versión
sea una especie de Frankenstein apedazado con remiendos de lo nuevo y lo viejo.
¡Ardua tarea! Pero apasionante y retadora. A fin de cuentas,
acabo disfrutando. Mi nueva versión ―eso espero― es más sencilla en cuanto a
acciones y subtramas, pero más profunda en cuanto a los personajes y a su
entorno. Es menos rápida, pero más ágil; menos trepidante, pero más…
¿atrapante? Rehacer los diálogos ha sido especialmente intenso. ¡Qué difícil es
lograr un buen diálogo, con el tono y el lenguaje adecuado, con la brevedad y
la expresividad idóneas, con el dramatismo necesario!
A veces me he preguntado si valía la pena hacerlo. ¿Para qué
reescribir unas novelas tan viejas, inéditas, que nadie querrá publicar? Además,
son fantasía épica. ¿Se puede escribir fantasía épica después de Tolkien, después
de Juego de Tronos y La sombra del viento? Ah, ilusa… ¿No sería
mejor dejarlas atrás y hacer algo nuevo?
Pero con esta trilogía me ocurre algo. Es mi primera novela,
y la primera novela es especial. Dicen que siempre tiene algo de autobiográfica.
Yo me reía, hace años. ¿Autobiográfica? ¿Cómo va a serlo? Pero sí, lo es. Dos amigas
me han hecho verlo, clarísimo. Un día, conversando con una de ellas le conté a
grandes rasgos de qué trataba la historia. Ella se estremeció y me dijo: Tienes
que publicarla. Esa es tu obra. No puedes
dejarla. No la dejes.
Mis tres primeras novelas no son autobiográficas,
aparentemente. Pero, en clave fantástica, contienen la médula de mi historia
personal. Lo que más me ha asombrado de ellas es que, años después de
escribirlas, en mi vida real han sucedido eventos y he atravesado procesos que,
antes, ya había relatado en las
novelas. En clave, sí, pero ahí están. Ahora tiemblo y me pregunto, con cierta
emoción, si lo que me aguarda en los próximos años no se parecerá a lo que ya
escribí hace más de diez…
No soy dada a esoterismos ni tengo capacidades psíquicas sobrenaturales. Ninguna. Simplemente
creo que, durante mi proceso creador, tuve una intuición mucho más honda de lo que
era mi vida que en todos mis ratos de silencio, meditación y reflexión. Es como
si, escribiendo, desde la ficción, mi visión saliera del tiempo, se ampliara y
abarcara lo que fui, lo que soy y lo que seré en potencia. ¿Suena a magia? Quizás
esta sea la magia de la literatura… de toda forma de arte. Llegar a una visión más
profunda, en espacio y en tiempo, de lo que es la realidad.
Por eso, y porque en esas mis primeras novelas hay tanto de
mí, quiero terminar con su reescritura. Y las publicaré. Aunque nadie las quiera
ni haya lectores que las esperen. Al menos, me lo debo a mí misma.
1 comentario:
¡Qué bien descubrir tu blog, Montse! Gracias por tu mensaje. Estaré compartiendo todo esto.
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