¿A qué huelen las palabras? ¿De qué color es una canción? ¿Por
qué un verso es delicioso, o una carta sabe amarga como la hiel? Sinestesia,
metáfora, comparación.
¿Qué sería de un libro sin alma? ¿Y un discurso sin repetición?
¿Cuántas plumas callarían si no fueran más que plumas? Metonimia, anáfora,
personificación.
¿Con qué aliñaríamos nuestros diálogos si no hubiera hipérboles?
¿Qué harían los cuentos sin cabellos de oro, y los poetas sin lunas de plata y auroras
de cristal? Apóstrofe, asíndeton, repetición.
¿Cómo hablaría el fuego de la musa? ¿Y el sabio? ¿Y el místico?
¿Y el trovador? Polisíndeton, hiperbaton, enumeración.
Recursos. «Recursos literarios.» Ordenando papeles he dado
con una viejísima libreta de apuntes. Y antes de tirar las hojas amarillentas,
de pauta simple y escritas con la caligrafía minuciosa de una colegiala de diez
años, he querido escanearlas y guardarlas en la memoria de mi ordenador. Ahora
las cuelgo en la Red, esa biblioteca que está en las nubes y que está en todas
partes y en ninguna, esperando que su memoria supere la mía y sobreviva cuando mis
palabras no sean más que un eco en un montón de páginas escritas.
¿Podía imaginar, cuando escribí estas notas, que algún día
me llamarían escritora, compondría poemas y publicaría libros?
¡Jamás!
Esta es una de las bellezas de la vida. Que las mejores
cosas suceden sin que las hayas planeado.
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