Acabo de releer la Ilíada,
según la versión que Alessandro Baricco elaboró para organizar un evento memorable:
una lectura pública de la obra de Homero, adaptada para no extender en demasía
su duración y para hacerla más próxima al lector.
Esta reelaboración conserva mucho de la fuerza del original,
creo, su belleza y su tinte heroico, añadiéndole un enfoque ―ah, el enfoque―
particular: está narrada a partir de 21 personajes, que relatan la epopeya desde
su punto de vista.
La recomiendo a quienes aún no hayan leído a Homero y deseen
familiarizarse con él de forma “amable”, por así decir. A quienes les resulte
pesado atreverse con la versión íntegra y el lenguaje solemne y arcaico que a menudo destilan
las traducciones de los hexámetros griegos. Quizás, después de leer esta,
deseen adentrarse más adelante en las aguas profundas de los versos homéricos.
Y recomiendo, tanto como la lectura del relato, leer y
meditar sobre la brillante apostilla que sigue a la obra. Se trata de un
pequeño ensayo sobre la belleza de la épica guerrera con una reflexión que va
más allá de la literatura. Rescato algunos párrafos (las negritas son mías).
Sobre la belleza de la guerra:
«Para ser franco, tengo que decir que la Ilíada es una historia de guerra, lo es sin prudencia ni medias tintas: y que fue compuesta para cantar a una humanidad combatiente, y para hacerlo de un modo tan memorable que durara eternamente, y para llegar hasta el último de los hijos, cantando sin término la solemne belleza y la irremediable emoción que antaño fuera la guerra, y que siempre será. En el colegio tal vez lo explican de otra manera. Pero la esencia es ésa: la Ilíada es un monumento a la guerra.»
«…la Ilíada tiene algo que enseñarnos. Y lo hace desde su rasgo más evidente y escandaloso: su rasgo guerrero y masculino. […] canta la belleza de la guerra, y lo hace con una fuerza y una pasión memorables. No hay casi ningún héroe cuyo esplendor, moral y físico, en el momento del combate, no se recuerde. No hay casi ninguna muerte que no sea un altar, ricamente decorado y adornado de poesía. […]»
¿Es posible encontrarle un sentido? Hete aquí:
«En este homenaje a la guerra, la Ilíada nos obliga a recordar algo molesto pero inexorablemente verdadero: durante milenios la guerra ha sido, para los hombres, la circunstancia en la que la intensidad ―la belleza― de la vida se desencadenaba en toda su potencia y verdad. Era casi la única posibilidad para cambiar el propio destino, para encontrar la verdad de uno mismo, para elevarse a una alta concienciación ética. Frente a las anémicas emociones de la vida y a la mediocre estatura moral de la cotidianeidad, la guerra ponía en marcha el mundo y empujaba a los individuos más allá de los límites acostumbrados, hasta un lugar del alma que debía parecerles, a ellos, por fin, el punto de llegada de toda búsqueda y todo deseo. […] En esta convicción se reverbera el perfil de una civilización, nunca muerta, en la que la guerra permanecía como un eje candente de la experiencia humana, como motor de toda clase de acontecer. […]»
Lo que el pacifismo no debería olvidar:
«Lo que tal vez sugiere La Ilíada es que ningún pacifismo, hoy en día, debe olvidar o negar esa belleza: como si nunca hubiera existido. […] Por muy atroz que pueda sonar, es necesario acordarse de que la guerra es un infierno, pero bello. Desde siempre los hombres se lanzan a ella como falenas atraídas por la luz mortal del fuego. […] Por ello, la tarea de un pacifismo verdadero tendría que ser hoy no tanto demonizar la guerra, sino comprender que sólo cuando seamos capaces de otra belleza podremos prescindir de la que la guerra, desde siempre, nos ofrece. Construir otra belleza es tal vez el único camino hacia una auténtica paz. Demostrar que somos capaces de iluminar la penumbra de la existencia sin recurrir al fuego de la guerra. Dar sentido, fuerte, a las cosas, sin tener que llevarlas hasta la luz, cegadora, de la muerte.»
«Una real, profética y valiente ambición por la paz yo la veo únicamente en el trabajo paciente y escondido de millones de artesanos que cada día trabajan para suscitar otra belleza, y la claridad de luces, límpidas, que no matan. Es una empresa utópica, que presupone una vertiginosa confianza en el hombre. Pero me pregunto si alguna vez nos hemos adentrado tanto, como hoy en día, por un sendero parecido. Y por eso creo que nadie, a estas alturas, logrará ya detener ese camino, o invertir el sentido. Lograremos, antes o después, sacar a Aquiles de aquella mortífera guerra. Y no será el miedo ni el horror lo que lo lleve de regreso a casa. Será cierta belleza, una belleza distinta, más cegadora que la suya, e infinitamente más apacible.»
Las citas están sacadas de la versión publicada por
Anagrama, Barcelona, 2005. Nunca me canso de leerla.
Una lectura dramatizada de la Ilíada, adaptada por Juan Carlos Plaza, también se hizo en español, en junio 2012. Aquí podéis escuchar la primera parte, en RTVE A la Carta.
1 comentario:
"Era casi la única posibilidad para cambiar el propio destino, para encontrar la verdad de uno mismo, para elevarse a una alta concienciación ética."
¿Cómo resistirse a ella, pues? Cuando la rutina amenaza con adormecernos, ¿quién se resiste a un golpe de timón que todo lo promete?
Gracias por compartir...
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