Con esta frase, ¡tan simple!, Ana María Matute me dio una lección sobre estilo durante la entrevista que mantuve con ella, en diciembre del 2009.
«Tengo el prurito de escribir con sencillez», me decía. Ella, una escritora que, me parece, a duras penas puede contener el lirismo que le destilan las frases. Y añadió: «Escribir sencillo no es escribir pobre».
¿Cómo entenderlo? La sencillez, o la impresión de sencillez, de agilidad, de ligereza, a menudo requiere de un largo proceso creativo y de una mayor reflexión que algo complicado, farragoso y sobrecargado. En cuestiones técnicas quizás lo vemos más claro. Para lograr un aparato de uso fácil, de líneas depuradas y diseño simple, posiblemente se ha invertido mucho más en investigación que para producir un armatoste difícil y costoso de utilizar. O, por poner otro ejemplo muy visual: es muy fácil adornar un salón llenándolo de objetos decorativos variados sin ton ni son. Lo difícil, o lo que requiere de un “saber hacer”, es dosificar, lograr que no se vea recargado sino armonioso; que, aún siendo sobrio, posea aquellos toques estéticos que le dan elegancia, que lo hacen un lugar agradable que se recuerda, que impacta y a donde se desea volver.
Así ocurre con la literatura. Cuando uno lleva leídos a unos cuantos autores clásicos, empieza a ver dónde está la belleza. No la belleza de la avalancha de adornos ―metáforas, adjetivos, imágenes osadas, juegos de palabras o frases larguísimas encabalgadas―, sino la belleza que sabe cuándo debe ser simple y cuándo puede arriesgarse en imágenes y recursos originales, no gratuitamente, sino con un criterio, con una intención, con un sentido de la mesura y la estética.
Sé que todo esto puede resultar muy subjetivo, y que muchos pueden discutir que el sentido de lo bello puede variar de una persona a otra, incluso de un país a otro o de una cultura a otra. Quizás, entre la variedad de opiniones, sí podemos extraer algunos rasgos comunes que definen lo que es “belleza literaria”. Y tal vez ―me atrevería a decir que sí― uno de esos rasgos es, justamente, la sencillez. Una sencillez que no es tacañería ni parquedad, que no le quita al texto profundidad, ni impacto emocional, ni riqueza expresiva o léxica. Una sencillez que, lejos de ser pobre, pide en el autor conocimiento y destreza.
Por supuesto, buscar la sencillez en literatura es una opción. Tan legítima como la de quienes defienden una mayor prolijidad.
4 comentarios:
Me gusta la sencillez en la literatura, la claridad, la profundidad y el buen gusto. Hay un libro que leí hace años: Amor en cuatro letras, de Niall Williams; creo que ese libro reunía todas las cualidades que le pido a un autor.
Saludos
Decía Pío Baroja que el mejor escritor es el que expresa más con menos palabras.
Montse, adhiero a tu reflexión.
Saludos!
Escribir sencillo es complicado; no estoy haciendo un juego de palabras, la sencillez, como bien decís, Elisabet, suele requerir "de un largo proceso creativo y de una mayor reflexión que algo complicado, farragoso y sobrecargado".
La pobreza es otra cosa, muy diferente. Creo que no hay forma de confundir a ambas.
Besos!
Esther
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