Mudanzas

Cuando uno se muda de casa es una de esas ocasiones en las que piensa que… ¡el saber sí ocupa lugar! Y pesa muchos kilos. Y cuesta de llevar.

Aunque quizás no es tanto el saber, sino ese viejo, viejísimo soporte de tomo y lomo con el que hemos querido fijar las palabras volátiles y la memoria fugaz.  

Ahora, todas esas historias impresas que pesan media tonelada cabrían en un pequeño pen que puedo esconder en la mano. Una biblioteca del tamaño de un caramelo… Cientos, miles de horas de lectura, metidas en una carcasa más pequeña que una nuez, encerradas en una diminuta memoria de silicio, que es nada comparada con la maravilla arbolada de una sola neurona.

Pensándolo bien, el saber no ocupa lugar. Pero sí los libros. Y uno les toma apego, como al olor del pan y al tacto de una sábana limpia. No es imprescindible, pero necesitamos tocarlo.

Esta es una panorámica de mi futuro ex comedor, a punto para el traslado de piso que ¡hoy comienzo! (Y no están ahí todos los libros, ni mucho menos.) No sé dónde voy a comer. Igual me hago una ensalada y me la tomo encima de La leyenda del rey Arturo, que es ancho y de tapa bien dura...


Una visión de la novela, según Unamuno

Donde las cosas no pasan


«Bien sé que en lo que se cuenta de este relato, si se quiere novelesco ―y la novela es la más íntima historia, la más verdadera […]―, no pasa nada; mas espero que sea porque en ello todo se queda, como se quedan los lagos y las montañas y las santas almas sencillas asentadas más allá de la fe y de la desesperación, que en ellos, en los lagos y en las montañas, fuera de la historia, en divina novela, se cobijaron.»
Miguel de Unamuno. San Manuel Bueno, mártir.

Una perla preciosa como broche de una novela tan breve como rotunda, transparente y abismal como las aguas del lago que espejea en sus páginas.

Una definición de la novela: la más íntima historia, la más verdadera…


Y otra, aún: la historia donde no pasa nada, porque, en realidad, es el lugar fuera de la historia donde las cosas no pasan, sino que se quedan. Se quedan.

¿Cuántas veces habremos leído en alguna crítica: es que en esta novela "no pasa nada"? ... Y cuántas veces, también, habremos leído novelas donde pasan muchas cosas, tantas, tantas, que a las pocas semanas las hemos olvidado. Pasaron.

Por ir a la universidad

Esta entrada no es estrictamente sobre literatura... Pero siento que debo escribirla.

«El sábado 15 de junio una banda de milicianos atacó la Universidad de Mujeres de la ciudad de Quetta (Pakistán). Colocaron bombas en el autobús universitario y un kamikaze se hizo explotar cuando profesoras y estudiantes subían al vehículo. En la masacre murieron atrozmente catorce personas y más de veinte resultaron heridas…» Leo esta reseña en Catalunya Cristiana del 20 de junio, firmada por Justo Lacunza, padre blanco y estudioso del Islam. Y sigue: «El odio de los asesinos continuó su trayecto. Atacaron con saña el hospital donde habían sido conducidos los heridos, causando más terror, devastación y muerte. Los islamistas paquistaníes quieren impedir a golpe de bomba y fusil que las mujeres estudien y reciban una educación. Las quieren iletradas y analfabetas, sometidas y esclavizadas. Veladas y arrinconadas en los muros domésticos. Alejadas de la vida pública y administrativa, apartadas del mundo laboral. Con pocos derechos y muchos deberes. Por eso consideran que la educación seglar es el opio de la sociedad musulmana […] Me he preguntado muchas veces si los estados, gobiernos y organismos internacionales perciben la gravedad de prohibir la educación de las mujeres en países como Pakistán. Millones de mujeres en el país asiático luchan por sus derechos elementales. Quieren estudiar en las escuelas y aspiran a formarse en las universidades, pero la tozudez de los ideólogos islamistas les impide realizar su sueño: ir a la escuela. No hay base alguna en la religión musulmana que prohíba la educación de las mujeres. No obstante, los amos del terror lo impiden a toda costa…»

Leo y medito, con tristeza, sobre esta noticia, que no sé si trascendió a los grandes medios de comunicación, porque no los sigo. Y me digo que las mujeres de mi generación, que hemos crecido en aires de libertad, dando por sentada una formación universitaria, y que hemos podido proyectarnos profesionalmente sin traba alguna, deberíamos de tanto en tanto pensar que nuestra situación, comparada con la de la mayoría de mujeres del mundo, es de un enorme privilegio. Ahora mismo estoy escribiendo ante un ordenador, a mi lado tengo una impresora láser y vivo en un piso modesto, pero decente, donde he creado mi espacio personal y privado. Trabajo en algo que me gusta y me dedico unas horas cada semana a escribir, por pura afición; he publicado algunos libros, convirtiendo mi pasión artística en oficio. Más del 80 % de las mujeres del mundo carecen de todo esto. Y muchas que luchan por conseguir, al menos, unos estudios y un mínimo de libertad, se arriesgan a perder su vida, como estas jóvenes paquistaníes y sus profesoras. Muertas por amor al saber. Muertas por ir a la universidad. Muertas por querer proyectar su creatividad más allá de las paredes de sus casas. Muertas por algo que, para las mujeres que escribimos, en mi entorno, es tan natural que lo damos por garantizado.

Sí, somos unas privilegiadas. Una élite de mujeres inconscientes de serlo, preocupadas por cosas como la crisis en el sector editorial, el futuro de los escritores independientes o cómo publicar libros. Otras pierden su vida por leerlos.