La tierra

Dicen los nativos de Norteamérica que nadie posee la tierra, en realidad, es la tierra la que nos posee a nosotros.

¡La tierra! Madre, nutridora, hogar y jardín, camino y refugio. Por ella los hombres luchan, negocian y componen versos encendidos. Por ella se regatea, se investiga y se calcula. Sobre ella y en ella se excava, se clava, se riega y se envenena. Por ella vivimos y por ella morimos. Todos los pueblos atesoran en su memoria el sueño de una Tierra Prometida…

Los hombres pasan y los gobiernos se suceden. Las fronteras cambian y las banderas ondean y perecen. También los nombres pasan. Pero la tierra permanece. Quizás sí, sea cierto, que es ella la que nos posee, y no nosotros a ella. Nunca seremos sus dueños, aunque arraiguemos en ella. En realidad, somos sus huéspedes, temporales y efímeros como la hierba de los prados.

Quizás, si lo entendiéramos así, dejaríamos de luchar por ella y dejaríamos de ver al otro, al extraño, al extranjero, al de afuera o al vecino que piensa diferente como un enemigo que nos invade o nos roba. Porque la tierra no entiende de nombres. En su seno caben todas las raíces. Como una madre, no hace excepciones. Todos los que la pisan son hijos.

¡La tierra! Es un don, como la vida. No la hemos ganado ni la hemos merecido. Conquista o posesión son delirios de humanos que olvidaron las raíces y se embriagaron de nombres. Nombres, ideas, escudos y banderas…

Adiós. No quisiera escribir esto. No quisiera decir adiós a esos amigos que quieren irse porque esta tierra, de pronto, les resulta hostil. ¿Puede ser hostil una madre? Nunca, nunca, nunca. Los hermanos sí pueden ser hostiles. Dicen que defienden su tierra, cuando la están hiriendo de muerte.

Uno de mis bisabuelos creía en la tierra. También creía en los nombres, y en las ideas. Era un ferviente republicano que vio cómo su casa era expoliada y su familia amenazada por las milicias que armó el gobierno en quien creía. Imagino su dolor, la rabia íntima y el vacío interior. ¿En qué cree un hombre que ve cómo sus ideales se derrumban? Quizás siguió creyendo en la familia que estuvo a su lado mientras los amigos se iban; en el Dios que calla cuando las armas cantan; en el Sol, que siguió saliendo cada día sobre los aviones que arañaban el cielo y el polvo de los bombardeos. Quizás siguió creyendo en algunas palabras… palabras de amor entre discursos falaces. Quizás siguió creyendo en la tierra. Antes de alguien, ahora de nadie. O de todos. Por unos años, dueña de sí misma, liberada del arado y la hoz, dejándose cubrir por las espigas locas y las hierbas salvajes. 

Somos polvo de estrellas y al polvo hemos de volver. No somos dueños de la tierra, como tampoco somos dueños de nuestra vida. Tan sólo echamos raíces, efímeras como el pasto, y navegamos por el tiempo, mecidos en un soplo de eternidad. Si comprendiéramos esto… Quizás seríamos más humildes y no perderíamos el tiempo luchando, sino creciendo. Echando raíces y hojas. Dando fruto dulce. Amando. Y muriendo en paz, abrazados por la tierra, alimentando otras vidas con nuestra ceniza mortal.

No poseemos la tierra. Poseemos las ideas, volátiles y ardientes como flechas incendiarias. Poseemos las palabras, espadas de doble filo. Podemos matar con ellas, pero también podemos sanar esa vida que no poseemos… ¡Ah, si lo comprendiéramos! Entenderíamos, también, que hay otra tierra sagrada, la más sagrada de todas. Una tierra que sí tiene nombre, un nombre que resiste a la muerte. El otro ―hermano, extraño, amigo o enemigo―, el otro es tierra sagrada. Ojalá no olvidemos que ese otro ―puñado de polvo de estrellas― vale más que todas las ideas del mundo. 

* * *

Perquè un dia torni la cançó a Sinera

El meu somni lent
de la gran pau blanca
sota el cel clement.
Passo pels camins
encalmats que porten
la claror dels cims.
És un temps parat
a les vinyes altes,
per damunt del mar.
He parat el temps
i records que estimo
guardo de l'hivern.
...
Mai no ha entès ningú
per què sempre parlo
del meu món perdut.
Les paraules són
forques d'on a trossos
penjo la raó.
...
Ara he de callar,
que no tinc prou força
contra tant de mal.
D'un mal tan antic
aquesta veu feble
no et sabrà guarir.
En un estany buit,
manen el silenci
i la solitud.
Sols queden uns noms:
arbre, casa, terra,
gleva, dona, solc.
Només fràgils mots
de la meva llengua,
arrel i llavor.
La mar, el vell pi,
pressentida barca.
La por de morir.

Salvador Espriu

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