40 aniversario

Hace cuarenta años que aprendí a escribir. Fue en el jardín de infancia de Astorga, una guardería moderna y pionera en aquellos tiempos, llevada por unas religiosas italianas  que recogían a los niños que vivían lejos con una DKV y, por la tarde, los devolvían a sus hogares. Eran unas monjas creativas que, entre otras cosas, hacían clases de gimnasia, iniciación al francés, teatro, excursiones y ballet. Con ellas aprendí a cantar, a leer en público, a interpretar un hada madrina y a columpiarme en el parque.

Y con la maestra de los mayores, Doña Eva, aprendí a leer y a escribir. Tenía cinco años.


Recuerdo las cartillas Palau, con su caligrafía y sus dibujos: A de araña, E de elefante, I de iglesia, O de oso, U de uva… Mi mamá me mima, amo a mi mamá. Recuerdo… ¡en realidad, no recuerdo! el momento exacto en que aprendí a trazar las letras. Debió ser muy rápido, porque pronto me aburrí repitiendo letras y palabras. Algunas veces ayudaba a Doña Eva a preparar sus fichas para otros niños más rezagados. Tenía ganas de leer más, de escribir frases más largas. ¡Me resultaba tan fácil!

Recuerdo abrir libros de cuentos llenos de letras que de pequeña no comprendía, así que me imaginaba la historia. Ahora los podía leer… ¡Leer es descubrir mil mundos! Recuerdo que, con mi hermana Marta, cuando íbamos en coche, leíamos de corrido todos los carteles y letreros que pasaban ante nuestros ojos. Carnicería Pablo, Autoescuela Tomassoni, La Mallorquina, Mantecadas Milagritos, SE VENDE, Hostal Pradorrey, N-VI La Coruña, Puerto de Manzanal…

Tienes buena letra, me decían. Me gustaba. Me gustaba escribir y dibujar, y un año o dos más tarde ya inventaba mis propios cuentos y los plasmaba, imitando los cómics. Escribía y dibujaba donde podía, en hojas de libreta, a menudo en el revés de los folios reciclados con exámenes de griego que mi padre ponía a sus alumnos, o en las tiras de papel que sujetaban los ejemplares de La Vanguardia, que llegaba puntualmente a casa con el correo. En aquellos tiempos malgastar papel era un lujo… Recuerdo aquellos años, cuando el mejor regalo que me podían traer los Reyes era un paquete de cien folios, un bolígrafo y una cajita de rotuladores Carioca.

Papel blanco, limpio, virgen… solo para mí, ¡qué tesoro!

Luego llegó la era del ordenador, el teclado ya está pasando de moda y no escribimos ni siquiera con bolígrafo de gel, sino con leves toques sobre una pantalla táctil. ¡Adiós a la pluma y al papel! Ahora dicen los expertos que hay que recuperar el arte de escribir a mano. Que es bueno para la inteligencia, para las habilidades cognitivas, para el aprendizaje… ¡Redescubren la sopa de ajo! Los millonarios de Silicon Valley envían a sus hijos a escuelas donde se prohíbe el uso de ordenador. Y los académicos descubren, siglos después que los bardos de la antigüedad, que la espacialidad contribuye a fijar la memoria. Espacio y orden reales, y no virtuales. Nada como una hoja, manuscrita o impresa, con márgenes, columnas, sangrías y letras capitales, para fijar en el recuerdo un mensaje, un poema, una lección de historia o una teoría. No, no valen las páginas virtuales, ese espacio fluido que ensanchas o encoges, lees vertical o apaisado, cambiando la fuente y el fondo, y donde el número de página cambia a golpe de zoom. La imagen fija la memoria, y la imagen es forma encarnada, es materia, es piedra, madera o papel. Superficie lisa o ruda, con renglones, marcos, cenefas o filos. Marcada con tinta, óleo o cincel. Escribir, scribere: la sola palabra muerde, labra, esculpe. Viene del indoeuropeo skrib, rayar, rasgar, grabar... Lo escrito, escrito está.

Hace cuarenta años que aprendí a escribir. Una de esas cosas importantes a las que no das más importancia cuando se convierte en un hábito. Una de esas habilidades que crecen contigo sin percatarte. Que antes era privilegio de unos pocos, hoy es derecho de todos. Que en un tiempo fue magia misteriosa, y hoy es deber aburrido para muchos. Que para algunos es arma, para otros castigo. Para muchos alimento, para otros, néctar divino. Para algunos adicción, para otros afición. Y para los que nos alimentamos de palabras, bendita, bendita bendición.

Montse de Paz
22 septiembre 2015

2 comentarios:

Manuel Navarro Seva dijo...

Va a ser muy difícil volver a escribir a mano, pero si alguna vez me da por ahí recurriré a una pluma, no sé si es de águila, que una vez me regalaste, guardada en una caja alargada, y tengo a la vista en mi escritorio.

Montse de Paz dijo...

Escribir con pluma de las de antes... ¡es todo un arte! Un día hablaré de eso en el blog. :)