Cuando los fallos se pueden perdonar...

Robert Graves y La hija de Homero.

Hace unos meses releí esta deliciosa novela, en la que Graves desarrolla la tesis de Samuel Butler, según la cual la Odisea fue escrita por una mujer.

En el último capítulo de la novela hay unos cuantos párrafos que constituyen una divertida lección, no exenta de humor y malicia, sobre el arte de crear historias.

¿Qué nos enseña Nausicaa tras componer su poema épico y pelearse con el bardo Femio, del gremio de los Hijos de Homero, que ha de cantar su relato hasta los confines del Mediterráneo?

En primer lugar, que un escritor, como decía Paco Umbral, tiene mucho de pirata. Toma prestados temas, ideas, personajes y, ¡hasta párrafos!, de autores anteriores. Así, nuestra poetisa rapiña sin escrúpulo alguno frases de otro poema famoso que se le quedaron grabadas: «Me odió por tomar prestados pasajes de la Ilíada para los que él consideraba contextos inapropiados, y le enfureció encontrar las líneas de Homero sobre el agua calentada para lavar el cuerpo de Patroclo ahora utilizadas para describir el baño caliente preparado para Odiseo…». Copia metáforas, imágenes, tópicos, y los pone allá donde le parece. ¿Por qué no?

En segundo lugar, que un autor, a la hora de escribir ficción, es totalmente libre. Libre para tomar una leyenda y hacer su propia versión, adaptándola y modificándola a su gusto y conveniencia. Para utilizar unos personajes, inventar otros o modificar su rol en la historia. Para saltarse los parentescos mitológicos de héroes y dioses: «―Mi querida princesa, todos los cíclopes que viven en las fraguas del Etna son hijos de Urano, el abuelo de Poseidón, y la Madre Tierra. ―El mío es un cíclope excepcional ―le espeté―. Su padre es Poseidón, y guarda sus ovejas en una cueva sicana…»

En tercer lugar, que una buena historia, contada con la suficiente gracia, puede permitirse el lujo de tener agujeros en la trama o caer en detalles falsos. ¡La habilidad del narrador suplirá los huecos! Esto me llamó mucho la atención y me hizo sonreír: «Lo admito, cometí varios fallos estúpidos que desearía corregir: por ejemplo, cuando compuse la historia de cómo Odiseo escapó de Polifemo, el Cíclope, coloqué un timón en la proa de su barco y otro en la popa […] Y he descubierto que uno no puede cortar madera de un árbol verde como lo hizo Odiseo en Ogygia, y que los halcones no comen su presa durante el vuelo ni por milagro, y que se necesitan más de dos o tres hombres para colgar a una docena de mujeres simultáneamente de la misma soga. ¡Ay!, cuando un verso echa a volar, ya no puede ser recuperado ni cambiado; ni puedo acusar a Femio por no señalarme estos errores. Se dan en pasajes donde él criticó otros aspectos, y le había amenazado con una dieta de pan y agua si cambiaba una sola palabra.»

Más grave aún es este otro error, y supongo que, como yo, muchos otros lectores de la Odisea no habremos caído en la cuenta: «Olvidé, en mi relato sobre la masacre, que los amantes de Penélope ―que convertí en pretendientes porque la leyenda, como decía Femio, podía disgustar a una audiencia decente― podían haberse armado con esas doce grandes hachas a través de las cuales Odiseo disparó su arco, y utilizarlas para descuartizarlo a él y a sus hombres. Pero Homero, estoy segura, también se equivocó algunas veces, y me congratulo pensando que mi historia es lo bastante interesante como para que los oyentes de Femio sean ciegos ante sus fallos, aunque él esté resfriado, o los manjares estén mal guisados, o se queden sin vino antes de tiempo».

Ya veis, hasta un fallo gordo como éste, en el clímax de un relato, puede ser perdonado cuando el narrador ha logrado cautivar a su audiencia.

3 comentarios:

Alejandro Laurenza dijo...

Montse,

Suelo pensar, sobre todo cuando miro una película o una serie de tv, que el humor (cuando es bueno) hace que se perdone todo. Mientras reímos, poco importa si tal o cual escena no termina de cerrar, si hay contradicciones con un capítulo anterior, o si algún personaje no resulta del todo convincente. El humor, creo, salva la historia.

Fue un gusto haber leído esta entrada.

Un abrazo!

Pere Gallardo-Torrano dijo...

Montse,
El orgullo que siento por haber contribuido en el pasado, al menos parcial y puntualmente, a canalizar tus inquietudes literarias (novela), culturales (ciencia ficción) y politico-sociales (ONGs y justicia social) sólo se puede comparar con el placer que sentimos todos los asistentes al escuchar tu ponderada y sincera contribucion al congreso. La mesura, la modestia y la calidad humana e intelectual se echan tanto en falta en esta "era del vacío" (Lipovetsky) que cualquier momento es bueno para celebrarlas. Gracias.

Anónimo dijo...

Fernando Aramburu escribe en su blog, sobre una presentación de su libro:

"Me flanquearon hembras a la mesa. Estaba, pues, como en casa. Es que congenio con el rebaño cuando es bello y huele bien."